lunes, 28 de diciembre de 2009

La apuesta del viejo guerrero


El señor Naoshige declaró un día a Shimomura Shoun, uno de sus más viejos samurais:

- La fuerza y el vigor del joven Katsuchige son admirables para su edad. Cuando lucha con sus compañeros vence incluso a los mayores que él.

- A pesar de que ya no soy joven estoy dispuesto a apostar que no conseguirá vencerme - Afirmó el anciano Shoun.
Para Naoshige fue un placer organizar el encuentro que tuvo lugar esa misma noche en el patio del castillo, en medio de un gran número de samurais. Estos estaban impacientes por ver lo que le iba a suceder al viejo farsante de Shoun.

Desde el comienzo del encuentro, el joven y poderoso Katsushige se precipitó sobre su frágil adversario agarrándolo firmemente, decidido a hacerlo picadillo. Shoun estuvo a punto de caer varias veces al suelo y de rodar en el polvo. Sin embargo, ante la sorpresa general, cada vez se restableció en el último momento. El joven, exasperado, intentó dejarle caer de nuevo poniendo toda su fuerza en el empeño, pero esta vez, Shoun aprovechó hábilmente su movimiento y fue él quien desequilibró a Katsushige arrojándolo al suelo.

Después de ayudar a su adversario semi-inconsciente a levantarse, se acercó al señor Naoshige y le dijo:

- sentirse orgulloso de su fuerza cuando aún no se domina la fogosidad es como vanagloriarse públicamente de sus defectos.

(Cuento zen)

martes, 22 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
—¿Qué haremos?
—¿Nada, qué podemos hacer?
— ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos. Pálido y silencioso.
— Ya se me ocurrirá algo —dijo el padre.
—¿Qué...? —preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:
— Quiero mirar por el ojo de buey.
— Todavía no --dijo el padre—. Más tarde.
— Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
— Espera un poco --dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje sería feliz y maravilloso.
— Hijo mío —dijo—, dentro de medía hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
— Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo?, ¿tendré un árbol? Me lo prometisteis.
— Sí, sí. todo eso y mucho más —dijo el padre.
— Pero... —empezó a decir la madre.
— Sí —dijo el padre—. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
— Ya es casi la hora.
— ¿Puedo tener un reloj? —preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
— ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
— Ven, vamos a verlo —dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
— No entiendo.
— Ya lo entenderás —dijo el padre—. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
— Entra, hijo.
— Está oscuro.
— No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
— Feliz Navidad, hijo —dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

(Ray Bradbury)

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Batalla Perdida


Durante una batalla, un general japonés decidió atacar aún cuando su ejército era muy inferior en número. Estaba confiado que ganaría, pero sus hombres estaban llenos de duda. Camino a la batalla, se detuvieron en una capilla. Después de rezar con sus hombres, el general sacó una moneda y dijo:

-”Ahora tiraré esta moneda. Si es cara, ganaremos. Si es cruz, perderemos. El destino se revelará“.

Tiró la moneda en el aire y todos miraron atentos como aterrizaba. Era cara. Los soldados estaban tan contentos y confiados que atacaron vigorosamente al enemigo y consiguieron la victoria.


Después de la batalla, un teniente le dijo el general:

-”Nadie puede cambiar el destino“.

-”Es verdad” contestó el general mientras mostraba la moneda al teniente, su moneda con caras a ambos lados...

Un ermitaño en la corte


En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se habia dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavia no habia llegado el monarca al banquete, cuando aparecio un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un pordiosero.
Sin vacilar un instante, el ermitaño se sento en el lugar de mayor importancia. Este insolito comportamiento indigno al primer ministro, quien, asperamente le pregunto:
-¿Acaso eres un visir?
-Mi rango es superior al de visir- repuso el ermitaño.
-¿Acaso eres un primer ministro?-
-Mi rango es superior al de primer ministro.
Enfurecido, el primer ministro inquirio:
-¿Acaso eres el mismo rey?
-Mi rango es superior al del rey.
-¿Acaso eres Dios?- pregunto mordazmente el primer ministro.
-Mi rango es superior al de Dios.
Fuera de si, el primer ministro vocifero:
¡Nada es superior a Dios¡
Y el ermitaño dijo con mucha calma.
Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo.


(De la recapitulacion de Ramiro Calle, de Cuentos de la India)

martes, 15 de diciembre de 2009

Una valiosa lección


Cuando llegaron al borde del río, el maestro arrojó una moneda de oro al fondo. El discípulo, creyendo que se trataba de un manantial de los deseos, se dispuso a hacer lo mismo, pero la mano del sabio detuvo su acción:

-Nunca olvides que existen cuatro cosas en la vida que jamás se recuperan:

La piedra, después de arrojada.

La palabra, después de proferida.

La ocasión, después de perdida.

El tiempo, después de pasado.

Durante un tiempo, ambos callaron y vieron pasar el agua, un agua que nunca más volvería... El discípulo, inmerso en este pensamiento, se atrevió a romper el silencio:

-¿Por qué ha arrojado algo tan valioso al río, maestro? No le veo sentido…

-Para que recuerdes que esta lección no tiene precio. –contestó el sabio.

(Cuento zen)

Una carrera en la nieve


Tremenda carrera se organizó.

La multitud se agolpaba alrededor de los participantes, no para animarlos, sino expectantes: No era posible alcanzar la cima del monte. No aquel día.

Pese a la arraigada tradición, se cuestionaba la hazaña: no solo había nevado abundantemente; el cielo de la noche había sido raso y el hielo era un peligro añadido.

En lugar de los vítores acostumbrados, se susurraba un rumor nefasto: no lo van a conseguir, no lo van a conseguir.

Pese a todo, -¡Tres, dos, uno, pum!- la carrera empezó.

Los primeros resbalones y caidas hicieron abandonar a muchos; los gritos de ¡Cuidado! y ¡Dejadlo ya! hicieron desistir a todos los demás... salvo a uno.

Juan seguía dando grandes zancadas en la nieve sin mirar atrás. Corrió, saltó, patinó, cayó y se levantó innumerables veces, hasta que, extenuado pero dichoso, logró la cumbre.

Aquel año, Juan el sordo, ganó la carrera.

Moraleja: El poder de la palabra es enorme tanto para ayudarte a conseguir lo que deseas como para hundirte en la miseria.

Fuegos


Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

(El Libro de los abrazos, Eduardo Galeano)

Pureza de Corazón


Se trataba de dos ermitaños que vivian en un islote cada uno de ellos. El ermitaño joven se habia hecho muy celebre y gozaba de gran reputacion, en tanto que el anciano era un desconocido.
Un dia, el anciano tomo una barca y se desplazo hasta el islote del afamado ermitaño. Le rindio honores y le pidio instruccion espiritual. El joven le entrego un mantra y le facilito las instrucciones necesarias para la repeticion del mismo. Agradecido el anciano volvio a tomar la barca para dirigirse a su islote, mientras su compañero de busqueda se sentia muy orgulloso por haber sido reclamado espiritualmente.
El anciano se sentia muy feliz con el mantra. Era una persona sencilla y de corazon puro. Toda su vida no habia hecho otra cosa que ser un hombre de buenos sentimientos y ahora, ya en su ancianidad, queria hacer alguna practica metodica.
Estaba el joven ermitaño leyendo las escrituras, cuando, a las pocas horas de marcharse, el anciano regreso. Estaba compungido, y dijo:
-Venerable asceta, resulta que he olvidado las palabras exactas del mantra. Siento ser un pobre ignorante. ¿Puedes indicarmelo otra vez?.
El joven miro al anciano con condescendencia y le repitio el mantra. Lleno de orgullo, se dijo interiormente: Poco podra este pobre hombre avanzar por la senda hacia la Realidad si ni siquiera es capaz de retener un mantra.
Pero su sorpresa fue extraordinaria cuando de repente vio que el anciano partia hacia su islote caminando sobre las aguas.


(De la recapitulacion de Ramiro Calle, de Cuentos de la India)

lunes, 14 de diciembre de 2009

¿Dónde está el paraguas?


Al cabo de diez años de aprendizaje, Zenno creía que ya podía ser elevado a la categoría de maestro zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso profesor Nan-in. Al entrar en la casa de Nan-in, este preguntó: -¿Has dejado tu paraguas y tus zapatos del lado de afuera?-Por supuesto -respondió Zenno. -Es lo que manda la buena educación. Actuaría de la misma manera en cualquier lugar.-Entonces dime, ¿pusiste el paraguas a la derecha o a la izquierda de tus zapatos?
-No tengo la menor idea, maestro.
-El budismo zen es el arte de tener conciencia total sobre lo que hacemos -dijo Nan-in. -La falta de atención a los pequeños detalles puede destruir por completo la vida de un hombre. Un padre que sale corriendo de la casa puede olvidar un puñal al alcance de su hijo pequeño.
Un samurai que no mira todos los días su espada, terminará por encontrarla oxidada cuando más necesite de ella. Un joven que olvida llevarle flores a su amada va a terminar por perderla. Y Zenno comprendió que aunque conociera bien las técnicas zen del mundo espiritual, había olvidado aplicarlas en el mundo de los hombres.

(Cuento zen)

lunes, 7 de diciembre de 2009

Una insensata búsqueda


Una mujer estaba buscando algo en el suelo junto a un farol. Pasó por allí un hombre y se paró, curioso, a observar a la mujer, que afanosamente buscaba y buscaba. Intrigado, después de un rato, el hombre preguntó:

- Buena mujer, perdona que me inmiscuya en tus asuntos, pero ¿podrías decirme qué buscas?

Y la mujer repuso:

- Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como allí no hay luz he venido a buscarla junto a este farol.

Como esa mujer proceden muchos seres humanos. En lugar de buscar dentro de ellos mismos (donde mora el más verdadero gurú, el paraíso interno, la respuesta), buscan fuera de ellos lo que jamás podrán hallar fuera.

(Cuento zen)

viernes, 27 de noviembre de 2009

La leyenda de la Luna y los Sueños


Cuenta una leyenda que una noche se fue la luna de puntillas y no
regresó. Los hombres, acostumbrados a verla, no levantaban nunca la cabeza
y una de esas noches se fue, vestida de luna nueva, harta ya de bailar en los cielos
para que nadie la viera. Cuando quisieron darse cuenta solo descubrieron entre
las estrellas enormes telarañas de ausencia.

Sin la luna, se escondieron los duendes y las ninfas se aletargaron en
sus lagos; los lobos dejaron de aullar al viento y se quedaron solo en
lobos; y los hombres, solo en hombres. Sin la luna los sueños bostezaron
largamente y los niños se durmieron sin poder despertar, asustados de vivir
sin la compañía de los sueños, en soledad.

Se convocaron cónclaves, concilios y conferencias. Enviaron a los más
intrépidos a buscarla entre altos mares y los más fuertes levantaron hasta
la última piedra por si se hubiera escondido debajo. Los más sabios buscaron
en los libros y los viejos en todos y cada uno de sus recuerdos, pero la
luna no estaba por mucho que la buscaran. Preguntaron a los ricos, a los
pobres, a los reyes, incluso a los dioses preguntaron, pero la luna nunca
estaba allí dónde la buscaban.

Pasaron los días y las semanas y luego los meses y los años. Y los niños
crecían dormidos y, ¡ay! no subían ya las sirenas a la playa para peinarse
la cabellera de espuma y algas. No había sonrisas ni algarabías en los
patios y los niños, echados en sus camas, sin la compañía de sus sueños, en
soledad.

Cuenta la leyenda que los hombres, incapaces de ver por más tiempo el
vacío que dejó en los cielos, prendieron del firmamento una luna de cartón.
Por eso ahora ya no hay ninfas ni sirenas y los lobos son siempre lobos y
los hombres, hombres. Porqué la luna que hoy vemos, no es aquella que una
noche se fue de puntillas, llevándose todos los sueños, harta ya de que
nunca la vieran.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Los Cuatro Elementos


"Sé tierra -dijo el maestro-. La tierra recibe las deyecciones de hombres y animales, y esto no le molesta. Muy al contrario, transforma las impurezas en abono y fertiliza el campo."

"Sé agua -dijo el maestro-. El agua se limpia a sí misma, y limpia todo aquello que toca. Sé agua en torrente."

"Sé fuego -dijo el maestro-. El fuego hace que la madera se transforme en luz y calor. Sé el fuego que quema y purifica."

"Sé viento -dijo el maestro-. El viento esparce las simientes sobre la tierra, hace que el fuego arda con más vigor, empuja las nubes para que el agua caiga sobre todos los hombres."

"Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua, la fuerza del fuego y la justicia del viento, entonces eres libre."

(Paulo Coelho)

Los rápidos elogios


Un viejo se acercó a un grupo que estaba reunido en torno de Al-Yahi. Durante mucho tiempo estuvo escuchando las enseñanzas del sabio. Al terminar, le dijo a uno de los discípulos:

-¡Es un hombre con la sabiduría de Dios! La tarde de hoy quedará para siempre marcada en mi corazón.

Animado, el discípulo fue a contárselo al maestro. Al-Yahi, sin embargo, no dio importancia a las palabras del viejo, respondiendo:

-Mucho cuidado con los rápidos elogios. Aquellos que, en la primera tarde, son capaces de ver cualidades que no tienes, también descubren rápidamente defectos que nunca poseíste.

(Paulo Coelho)

Gotitas de amor



Había un incendio en un gran bosque de bambú; el incendio formaba llamaradas impresionantes, de una altura extraordinaria; y una pequeña ave, muy pequeñita, fué al río, mojó sus alas y regresó sobre el gran incendio, y las empezó a agitar para apagarlo; y volvía a regresar y volvía a ir una y otra vez; y los dioses que la observaban, sorprendidos la mandaron a llamar y le dijeron:

Oye:
¿por qué estás haciendo eso? ¿Cómo es posible? ¿Cómo crees que con esas gotitas de agua puedas tú apagar un incendio de tales dimensiones? Date cuenta: No podras lograrlo.

Y el ave humildemente contestó:

"...El bosque me ha dado tanto. Yo nací en este bosque que me ha enseñado la naturaleza, me ha dado todo mi ser. Este bosque es mi origen y mi hogar y me voy a morir lanzando gotitas de amor, aunque no lo pueda apagar". Los dioses entendieron lo que hacía la pequeña ave y le ayudaron a apagar el incendio".

Cada gotita de agua apacigua un incendio. Cada acción que con amor y entusiasmo emprendemos, un mejor mañana será su reflejo. No subestimes sus gotas:
millones de ellas forman un océano. Todo acto que con amor realizamos regresa a nosotros multiplicado...

(Cuento zen)

sábado, 14 de noviembre de 2009

El Secreto de la Felicidad


Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven que anduvo cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
Sin embargo, en vez de encontrar un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
Pero quiero pedirte un favor -añadió el sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotitas de aceite-. Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio.
¿Qué tal? –preguntó el sabio-. ¿Vistes los tapices de Persia que hay en mi comedor?¿Vistes el jardín que el Maestro de los jardineros tardó diez años en crear?¿Reparastes en los bellos pergaminos de mi biblioteca?.
El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el sabio le había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
Pero donde están las dos gotas de aceite que te confié –preguntó el sabio-. El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado.
Pues este es el único consejo que puedo darte –le dijo el más sabio de los sabios-:
"El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara. "


(Cuento zen)

El Tallador de Lápidas


Un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lápidas, se sentía infeliz con su trabajo y pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición social distinta.
Un día pasó delante de la casa de un rico comerciante y vio las posesiones que éste tenía y lo respetado que era en la ciudad. El tallador de piedras sintió envidia del comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar de tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y el cincel.
Para gran sorpresa suya, el deseo le fue concedido y de este modo se halló pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de más lujo y más poder de los que nunca había podido soñar. Al mismo tiempo era también envidiado y despreciado por los pobres y tenía igualmente más enemigos de los que nunca soñó.
Entonces vio a un importante funcionario del gobierno, transportado por sus siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin duda era el personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador de lápidas que ahora era comerciante, deseó ser como aquel alto funcionario, tener abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de más poder que nadie.
De nuevo le fue concedido su deseo y de pronto se convirtió en el importante funcionario, el hombre más poderoso de todo el reino, ante quien todos se inclinaban. Pero el funcionario era también la persona más temida y más odiada de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad de soldados para que lo protegieran. Mientras tanto el calor del sol le hacía sentirse incomodo y pesado. Entonces miró hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y dijo: “¡ Que poderoso es el sol! ¿cómo me gustaría ser el sol!”
Antes de haber pronunciado la frase se había ya convertido en sol, iluminando toda la tierra. Pero pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “Que poderosa es esa nube! – pensó- ¡ como me gustaría ser como ella!”
Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando caer su lluvia sobre los pueblos y los campos. Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el viento,” pensó, y automáticamente se convirtió en viento.
Pero aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Que potente es esa roca!” –pensó- “¡como me gustaría ser tan poderosa como ella!”
Entonces se convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento más huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa existente sobre la tierra. Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un martillo golpeaba a un cincel, y este arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría ser más poderoso que yo?”, pensó, y mirando hacia abajo la poderosa roca vio... al hombre que hacía lápidas.

Muchas personas consumen su vida entera buscando la felicidad sin encontrarla nunca, simplemente porque no miran en el lugar adecuado. Nunca podrás ver una puesta de sol si estás mirando hacia el Este y nunca encontraras la felicidad si la buscas entre las cosas que te rodean. La felicidad no depende de lo que cambies en tu vida... salvo que te cambies a ti mismo.

(Anónimo)

La Mano del Sabio


Un sabio vivía santamente, distribuyendo enseñanzas y consejos a sus discípulos y a quien quiera que se dirigiera a él.

Un día, uno de sus seguidores vino a su cabaña y se lamentó de que su mujer era muy avariciosa. Había intentado todo para hacerle comprender que la generosidad es una virtud muy importante en la vida, pero todo había sido en vano.

Entonces el sabio emprendió camino y fue a visitar a la mujer del discípulo. Una vez llegó a su casa, sin mediar palabra, cerró su puño y lo colocó delante de la mujer. Ésta quedó asombrada.

— ¿Qué quieres decir con esto? –preguntó sorprendida la mujer.

— Imagina que mi puño fuese siempre así. ¿Cómo lo definirías? –le
pregunta el sabio.

— Deforme –respondió ella.

Entonces él abrió la mano totalmente ante la cara de la mujer y dijo:

— Y ahora imagina que fuese siempre así. ¿Qué cosa dirías?

— Que es otro tipo de deformidad –dijo la mujer.

— Si entiendes esto –concluyó el sabio –eres una buena mujer y estás en el buen camino, continúa por él.

Y se marchó. Después de aquella visita, la mujer ayudó al marido no sólo a ahorrar, sino también a distribuir a los necesitados.

(Cuento zen)

jueves, 5 de noviembre de 2009

Sólo quiero aire


El joven llevaba un tiempo reflexionando sobre el sentido de su vida. Y, para su desconcierto, barajaba múltiples posibilidades sin que destacase ninguna. Un día se decidió por ir a ver a un reputado y sabio maestro y pedirle consejo:
Señor, ¿qué debo hacer para conseguir lo que quiero?, le preguntó.

El sabio no contestó. El joven después de repetir su pregunta varias veces con el mismo resultado se marchó y volvió al día siguiente con la misma demanda. No obtuvo ninguna respuesta y entonces volvió por tercera vez y repitió su pregunta:
¿Qué debo hacer para conseguir lo que quiero, Señor?

El sabio le dijo: Ven conmigo.

Y se dirigieron a un río cercano. Entró en el agua llevando al joven de la mano y cuando alcanzaron cierta profundidad el sabio se apoyó en los hombros del joven y lo sumergió en el agua y pese a los esfuerzos del joven por desasirse de él, allí
lo mantuvo hasta casi ahogarlo.

Al fin lo dejó salir y el joven respiró recuperando su aliento. Entonces le preguntó el sabio: Cuando estabas bajo el agua,¿qué era lo que más deseabas?

Sin vacilar contestó el joven: Aire, quería aire.

¿No hubieras preferido mejor riquezas, comodidad, placeres, poder o amor?

No, señor, deseaba aire, necesitaba aire y sólo aire -fue su inmediata respuesta sin vacilación.

Entonces, le contestó el sabio, para conseguir lo que tú quieres debes quererlo con la misma intensidad que necesitabas el aire, debes luchar centrándote en ello y excluir todo lo demás. Debe ser tu única aspiración día y noche. Si tienes ese fervor, conseguirás sin duda cualquier cosa que anheles.

(Cuento zen)

viernes, 16 de octubre de 2009

El Alacrán y el Maestro


Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán le picó. Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.
El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán le picó.
Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:
"Perdone, ¡pero usted es terco¡ ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua le picará?".
El maestro respondió: "La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar".
Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; sólo toma precauciones.
Algunos persiguen la felicidad; otros la crean.

(Cuento zen)

domingo, 27 de septiembre de 2009

El Hilo de la Estrella


En el país de las hadas, existe una leyenda que dice que de cada estrella cuelga un hilo plateado y brillante, fino y suave.
Cada hada -dice también la leyenda- tiene su propia estrella y debe encontrar el hilo que la une a ella para no perder su destino en la vida.
Parece ser que ese fino cordón de plata une a la persona con el propósito para el cual ha nacido y que, de no encontrarlo, su vida se tornará vacía e inútil.
En ese país, mágico por dónde se lo mire, la fantasía se mezcla con la realidad y la leyenda con los hechos.
Dicen también que es cosa de todos los días ver a las hadas remontando una estrella cual si fuese una cometa y exhibiendo orgullosas el hilo de plata. Para ellas ese pequeño acto cotidiano significa que han encontrado su propósito en la vida, el por qué y para qué de su existencia.
En otras ocasiones, puede verse a un hada quien, llorando, mira hacia el cielo sin encontrar ni su estrella, ni el hilo que la une a su destino.
Parece ser que, cuanto más grande son las hadas en edad, más fuerte se va haciendo el hilo de plata. Como si por cada año que pasase, fuese más y más importante cumplir con el destino para el que se ha nacido.
Luz era un hada distinta. Jamás se había preocupado por buscar su estrella y por ende, el hilo que la unía a ella. Vagaba por la vida sin realmente saber para qué había sido creada, es más no le importaba tampoco. Prefería pensar que las hadas no tenían una misión especial y única cada una. De esa manera, la vida resultaba más cómoda pues no había metas para alcanzar, ni por las cuales luchar.
Luz no perseguía ningún hilo, pero sabido es que no se puede escapar del destino.
Cierto día, mientras Luz descansaba bajo la sombra de un árbol, su cordón plateado y titilante se presentó ante ella. Flotaba sin estar atado a nada. Como jamás había sido tomado por las manos de Luz, el viento impiadoso había jugado con él de tal modo, que lo había convertido en un gran nudo, aún plateado y brillante, pero nudo al fin.
El cordón, ahora convertido en nudo. se acercó a la sorprendida hada y le dijo:
– Jamás me has buscado. Te he seguido desde que naciste, tratando de indicarte el camino y nunca me has prestado atención. Mira lo que haz hecho de mi.
Luz quedó perpleja.
– Tómame, te doy una nueva oportunidad – Dijo el hilo meciéndose de un lado hacia el otro- Si no te aferras a mí, jamás encontrarás tu estrella y tu destino será incierto. Desátame y no sólo yo me sentiré mejor, sino que tu, habrás encontrado tu camino.
Luz no se movió, ni articuló palabra. Escuchó a su cordón, pero la indiferencia pudo más.
Decepcionado, el hilo se elevó hasta perderse en el cielo.
Luz no sabía que ése, había sido sólo el primero de muchos encuentros.
Cansado ya de la indiferencia del hada, el hilo plateado consultó a su estrella sobre la actitud a tomar.
– Síguela – Dijo la estrella- De ti depende que no extravíe el camino. Ella ha sido creada con muchos dones y una misión que cumplir, como todos. Tenle paciencia, no todos están dispuestos a averiguar qué es lo que tienen que hacer en este mundo.
Obediente el hilo volvió a bajar a la tierra.
Sin ánimo alguno de disimular su presencia, se convirtió en la sombra del hada.
A pesar de ello, Luz estaba decidida a no comprometerse con nada y menos aún a averiguar para qué estaba aquí en la tierra, por lo que hacía caso omiso de la compañía.
A cada paso que el hada daba, podía escucharse:
- Desátame, desátame, sólo tu puedes hacerlo.
El nudo plateado se interponía de una u otra manera en el camino del hada. Estaba dispuesto a ser escuchado esta vez y por sobre todas las cosas, desatado.
Luz tropezaba a cada momento con el cordón o se chocaba la cabeza contra el mismo. En la tierra y en el cielo, de día o de noche, con lluvia o sol, el nudo se había convertido en un verdadero estorbo.
Cansada ya de la persecución, el hada se escondió en una cueva, creyendo que así se libraría de su persistente hilo.
En medio de la oscuridad, apareció el nudo, brillante como siempre, desafiante como nunca.
- Esta visto que has ganado – Dijo el hada con tono resignado.
Lentamente, como abriendo un paquete cuyo contenido se desconoce y se teme, fue desatando el nudo.
Para su sorpresa, no bien el hilo se encontró libre brilló aún con más intensidad y Luz pudo ver su destino desplegado como un mapa dentro de su corazón.
Vio con mayor claridad sus dones y cómo podía aprovecharlos. Por primera vez supo qué hacer de su vida. ¿Cuál era el destino que Luz tenía marcado y ahora veía con claridad? ¿Importa tal vez?
Como primera decisión, tomó el hilo -ahora relajado- en sus manos con mucha fuerza.
El cordón feliz se disparó hacia la estrella de Luz y allí quedaron los tres unidos por primera vez y para siempre.
Luz supo que ya era hora de hacerse cargo de su vida y hacer algo con ella.
Dicen que ahora, hay un hada más remontando una estrella cual si fuese un cometa.
Dicen también que la remonta feliz y orgullosa pues pudo darse cuenta que nadie, ni siquiera un hada, puede escapar al destino.

(Liana Castello)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Torre de Babel


Cuatro viajeros provenientes de distintos países que seguían la misma ruta juntaron el poco dinero que tenían para comprar comida.
-El persa dijo: comparemos angur.
-El árabe contestó: no, yo quiero inab.
-El turco no estuvo de acuerdo y exclamó: de eso nada, yo comeré uzum.
-El griego protestó diciendo: lo que compraremos será stafil.
Como ninguno sabía lo que significaban las palabras de los demás, comenzaron a pelear entre sí.
Tenían información, pero carecían de conocimiento.
Pasó por allí un hombre que dijo:
-Yo puedo satisfacer el deseo de todos ustedes, denme su dinero.
Los viajeros accedieron a la solicitud del recién llegado. Al cabo de un rato, el hombre regresó con aquello que todos habían mencionado sin saber que se referían a lo mismo: un racimo de uvas.

(Anónimo)

No se puede comprar todo




Un noble inmensamente rico decidió un buen día que debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su persona. Para ello, mandó contratar al mejor juglar que hubiera en todo el mundo. De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al mejor rapsoda del mundo, pero que éste era un hombre muy independiente que se negaba a trabajar para nadie. Pero el noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda.
Cuando llegó a su presencia, observó que el juglar, además de ser muy independiente, se encontraba en una situación de franca necesidad.

-Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme -le tentó el rico.
-Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas -contestó el rapsoda.
-¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna?
-Eso sería una desproposición muy injusta, y yo no podría servir a nadie en esas condiciones de desigualdad.
El noble rico insistió:
-¿Y si te diera la mitad de mi fortuna accederías a servirme?
-Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte.
-¿Y si te diera toda mi fortuna?
-Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.

(Anónimo)

La Corona de Lata


Había un pobre sin morada fija. No poseía nada, ni casa, ni huerto, ni siquiera un asno.

Sobrevivía mendigando y recogiendo frutos salvajes; vestía un sobretodo descosido y escondía su cabeza pelada en un sombrero verdoso.

Pero no era infeliz. Se contentaba con vivir, contemplar el cielo, beber en la fuente. No deseaba nada. Y cuando no se desea nada se termina siendo casi feliz.

Un día, dando vueltas por las calles de una ciudad vio en la cabeza de un chaval pobre una vieja corona de lata adornada con cascabeles.

A cada movimiento del chaval las campanillas resonaban: dindán, dindán. ¡Qué maravilla!

El mendigo, aunque sabio hasta aquel día, quedó con la boca abierta. ¡Qué hermosura, poder arrojar el sombrero verdoso y ponerse en la cabeza aquella especie de anillo brillante que resonaba sin descanso!
Había nacido en su corazón inocente el primer deseo. El primero de una serie ilimitada. Había terminado la paz.

Desde aquel día el mendigo dejó de explayarse mirando las nubes, de zambullirse en el riachuelo, de coger moras y madroños. Soñaba con la corona de latón como jamás ningún príncipe ambicioso había soñado el emblema del poder imperial. Se volvió triste, hasta huraño.

Entonces pensó ofrecerle sus servicios al chaval de la corona de lata. ¡Qué brillante era, cómo sonaba alegre! Ya podía ser feliz el pobre mendigo.

Pero no lo era. Cada vez que resonaba un cascabel, un nuevo deseo se le encendía en el corazón. Deseaba todas las cosas más absurdas, todas las dulces, vanas e irresistibles bagatelas del mundo.

Entonces comprendió que su corona de lata no era más que un capricho, incapaz de darle otra cosa que no fuera intranquilidad y desorden.

Y con un profundo suspiro devolvió al chaval su corona de lata. Y volvió a sentirse libre y casi feliz.

(Cuento popular español)

viernes, 7 de agosto de 2009

Las Camelias Blancas



Cuenta la leyenda que dos estrellas jóvenes discutían sobre cuál era la más bella y ocasionaron una trifulca entre todas las estrellas, porque todas querían ser la reina de la belleza. Con sus discusiones rompieron la paz del firmamento, por lo que la luna intervino y quiso poner orden en todo aquel jaleo.
La luna decidió que la mejor manera de poner orden era que todas las estrellas se repartieran por el cielo y así lucirían su belleza por todo el firmamento. Las estrellas obedientes acataron la ley nueva y una de las más grandes decidió reinar cerca de la tierra, dándonos así luz y calor.
Las dos estrellas un día que estaban muy cansadas, vieron un árbol que resultó ser una camelia y decidieron reposar en las flores de esta especie. Al día siguiente, recuperaron las fuerzas y dieron gracias a la camelia. Se preguntaron las dos estrellas si no sería un sitio maravilloso para vivir.
Así fue como las estrellas se convirtieron en camelias. Desde entonces las camelias blancas son las estrellas de la tierra, compitiendo con las del cielo y brillando como ellas.


domingo, 26 de julio de 2009

El Barco Vacío

En un puerto del Mar de China había numerosos barcos a punto de embarcar, todos cargados hasta los topes de joyas, de sedas y de otras mercancías valiosas. Los mercaderes que los habían fletado se alegraban de llevarse todos estos tesoros a su país natal.

Poco antes de su partida, se les anunció que se preparaba una tempestad en alta mar y que sus barcos, cargados en exceso, no podrían resistirla. Pero los mercaderes, haciendo caso omiso de esta advertencia, decidieron partir sin más tardanza. Sólo uno de ellos descargó su barco y se hizo al mar vacío.

Más tarde, cuando se desencadenó la tempestad con una violencia extrema, los barcos demasiado cargados se hundieron. Únicamente el barco vacío permaneció a flote y pudo recuperar a todos los náufragos.

(Cuento budista)

martes, 21 de julio de 2009

El Reflejo de la Vida

Había una vez un anciano que pasaba los días pescando, sentado junto al rio, a la entrada de un pueblo. Un día pasó por allí un joven, se acercó y le dijo:

- Disculpe señor, soy nuevo aquí, nunca antes había venido por estos lugares. ¿Cómo es la gente de esta ciudad?

El anciano le respondió con otra pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

-Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haberme marchado de allí.

- Pues precisamente así son los habitantes de esta ciudad -le respondió el anciano.


Un poco después, pasó otro joven, se acercó al anciano y le expuso la misma cuestión:

-Perdone, justamente acabo de mudarme y es la primera vez que voy a entrar en esta ciudad, ¿podría decirme cómo son sus habitantes?

El anciano le respondió de nuevo con la misma pregunta:

-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

-Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos.

-Pues también los habitantes de esta ciudad son así -respondió el anciano.


Un hombre que había llevado a sus animales a beber agua al rio y que había escuchado ambas conversaciones, en cuanto el segundo joven se alejó le preguntó al anciano:

-¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta realizada por dos personas?

-Mira -respondió el anciano-, es muy sencillo. Cada persona lleva el Universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también aquí encontrará amigos fieles y leales. Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas. Uno siempre encuentra lo que espera encontrar.

(Cuento sufí)

sábado, 11 de julio de 2009

Copihuapi

Cuenta la historia que, debajo de Salsipuedes, existe un lugar llamado Copihuapi. Este lugar está habitado por unos duendes pequeñitos, apenas del tamaño de un gato flaco. Sus narices son puntiagudas y sus orejas largas, casi tan largas como las de los conejos. Viven en forma muy organizada. Cada uno de ellos tiene una función específica que debe cumplir para que la comunidad no se desarticule. Hay cocineros, lavadores, médicos de duendes, maestros, agricultores, bomberos, pintores, constructores de casitas y todas las profesiones necesarias para que su sociedad siga adelante con comodidad. Excepto una: no hay fabricantes de gorros. Ningún copihuapense pudo aprender a hacer gorros ni sombreros y todos andarían con la cabeza descubierta si no fuera porque salen por las noches a cazar medias.
Cuando todo mi pueblo está inmóvil y el silencio se trenza con la oscuridad bajo los álamos... a la hora en que la luna sube a lo más alto del cielo, los duendes salen atravesando sus túneles parecidos a madrigueras y se esconden debajo de las camas. Esperan a que los chicos estén soñando con ángeles y misterios, para asomarse, despacito y silenciosamente, y empezar la cacería. Como son muy coquetos no les gusta usar el mismo gorro todos los días ni tener gorros del mismo color, por eso capturan una sola media de cada par y las llevan poco a poco para que nadie sospeche. Imaginen que, de pronto, en una casa falten todas las medias que corresponden a los pies derechos de la familia... se armaría un lío bárbaro... todos andarían con un pie desabrigado y buscarían resolver el misterio de la desaparición. En cambio, al faltar sólo alguna, los grandes creen que se la tragó el lavarropas o que se la llevó el perro para mordisquearla.

Apenas cazan una media, los duendes se la ponen en la cabeza. Algunos la usan con la punta anudada, otros la arremangan hasta que queda como un casquito y también están los que la llevan con el extremo colgando y le cosen un adorno (como un cascabel, un pompón o un botón dorado). Después vuelven a su hogar y cuando se reúnen con sus amigos presumen y compiten para ver quién lleva el gorro más bonito.

Pero los duendes de las medias son muy agradecidos. Cuando se llevan una media, dejan a cambio un obsequio para quien había sido su dueño. Casi siempre son cosas que pasan desapercibidas, cosas que llegan sin que nos demos cuenta, como un sueño muy lindo o un deseo que se cumple, una musiquita que nos arrulla mientras dormimos, una brisa fresca que entra por la ventana en el verano. Pero a veces nos dejan cosas que sí podemos tocar, aunque no sepamos cómo llegaron: una piedrita de hermoso color, un caracol que se arrastra dejando una huella brillante sobre las baldosas, el silbido finito de un pájaro frente a la ventana o un par de mariposas que revolotean sobre un charquito.

Lo importante es que los chicos sepan, y puedan contarle a sus mamis, que cuando falta una media no se perdió por descuido. Sino que, en realidad, un copihuapense la cazó y, seguramente, anda por Copihuapi luciéndola sobre su cabeza.

(Isabel Ali)

(Mención de Honor en el Certamen de Cuentos Infantiles de la Asociación Mundial de Educadores 2007, Madrid, España.)

domingo, 5 de julio de 2009

El Ojo del Cielo

Cuando ninguno, pero ninguno, de los abuelos de nuestros abuelos había nacido, la Tierra era un lugar en el cual, apenas el sol se escondía tras el horizonte, la gente se iba a dormir de inmediato porque todo se entenebrecía y las estrellas eran puntos celestes sin ningún brillo. En ese tiempo no existía la luna. La noche caía como una manta pesada sobre los campos y los ríos, y hasta los animales se metían en sus escondrijos hasta que amanecía.

Cuentan que, una tarde de verano, los niños jugaban a las escondidas entre los árboles. Las madres llamaron a sus hijos para que entraran a sus casas antes que la luz del sol desapareciera. Todos los chicos volvieron, menos Rafael.

Rafael se había dormido detrás de una roca mientras esperaba que descubrieran su escondite.


Cuando la mamá notó su ausencia, el último rayito dorado se escapaba tras las montañas. Los adultos salieron a buscarlo en la oscuridad. Pero era inútil... ¡la noche era tan negra! Rafael dormía profundamente y no escuchó que los hombres gritaban su nombre y tropezaban chocando con los pinos.

Entonces, las mujeres encendieron un fuego en un claro del bosque y, tomadas de las manos, le pidieron al cielo que las ayudara. El cielo lo meditó durante unos minutos y sintió que el ruego llegaba con tanto amor que era imposible ignorarlo. Al fin, decidió abrir uno de sus ojos. Era redondo como un anillo, blanco como la sal y brillante como una perla. El bosque se iluminó de pronto, como si estuviera por amanecer, y las estrellas refulgieron como espejos de plata lustrada. Los hombres encontraron a Rafael y se reunieron con las mujeres y los niños a admirar la belleza del resplandor.

Dicen que el ojo del cielo es la luna. Dicen que nunca más se cerró por las noches. Para que los hombres puedan encontrar lo que buscan. Para que los niños no se pierdan. Y para que las mujeres recuerden que el cielo siempre concede aquello que el amor clama, con las manos unidas, cerca de una hoguera.

(Isabel Ali)

jueves, 25 de junio de 2009

Lo que el olvido perdió


- Aún no ha venido, espero con impaciencia, -se oyó una voz desgastada en años.

- No se apure señor, llegará, seguro, solo hay que esperar.

- No creo, -dijo el anciano mirando a los ojos a la enfermera, no creo que venga ya, ya soy un viejo, ya no tengo frescura, ya no tiene motivos para prestarme atención, ya lo he vivido todo, ha estado tanto tiempo lejos de mi, es lógico, se cansó de que no quisiera llamarla nunca, de no querer verla, se cansó de esperar, desapareció de mi vida para siempre.

-No diga eso, no se entristezca, por favor, la verá aparecer por ese pasillo, con su carita sonriente, con su melena desordenada, con ese esplendoroso brillo de cielos en su mirada.
- No, ya no me queda mucho tiempo más, ya gasté todo el tiempo de su compañía, apenas quedan segundos y todo ya se desvanecerá.

- No diga eso, por favor, no sea tan pesimista, quizá esta misma tarde, dentro de un rato la vea.

De repente como un vendaval alguien se asomó por la puerta de la habitación:
- hola, mi lindo viejecito ¿cómo va todo?, ¿qué tal estamos hoy?
- ¡es ella!, ¡ella!, ha venido, - dijo el viejo con un hilillo de voz sujetando el brazo de la enfermera… el anciano afianzó su débil vista en ella… la recorrió con su mirada, la desgastó con infantil ilusión.

Ella vestía una chaqueta color verde azulado, vaqueros desgastados rematados en un estrecho cinturón, elegantes botas de punta color marrón con bolso de piel a juego, ajustado, en su cuello, un sedoso pañuelo de tono verde aguamarina, cuidadosame anudado, pelo recogido hacia atrás por unas gafas de sol y labios pintados con el color de su latente ilusión.

-No he podido llegar antes, pero ¡aquí estoy!

- ¡Gracias!, gracias por venir dijo el anciano temblando de emoción, gracias por venir, no me has fallado, por fin te viiii… las últimas letras cayeron al suelo en silencio mientras cerraba sus ojos para siempre dejando en sus labios una sonrisa de satisfacción.

La cara de ella, al notarlo, se estrujó de dolor, de sus ojos brotaron lágrimas suaves que hicieron surcos en su piel.

-Llegaste tarde, - se oyó la voz de la enfermera.
- ¿Tarde?, ¿qué tratas de decirme?
- Que apenas ha podido verte unos segundos… se murió.
- No, no, no, no, no hables así, no digas eso, no puede ser, me he dado prisa, apenas me llamó salí corriendo lo dejé todo, vine en cuanto pude.
- Pues tardaste demasiado… - repitió con desgana la enfermera.

-No creí que estuviera tan al borde de… cuando me llamó me dijo que estaba bien, que me esperaba tranquilamente para charlar un rato, tomarnos una copa, hablar de los viejos tiempos, me dijo que quería darme un beso, que quería verme.

- Pues lo lamento, ya es tarde para esa charla, ya se marchó,- concluyó la enfermera sin variar su tono de voz.- Salgamos, dejemos a los enfermeros que hagan su trabajo.

Y aquella figura trajeada de verde con sus labios de entristecida ilusión, salió de la habitación y se alejó con la cabeza baja pensando para sus adentros: cuántas veces deseé que me llamara y no me llamó, cuantas veces paseaba por delante de su habitación y al ver la puerta cerrada, al no escuchar nada no me atrevía a entrar y pasaba de largo… y él en el último momento en ese instante en que ya alguien como yo resulta inútil ¡pensó en mi!, siempre fue tan especial, tan distinto, me llamó, trató de que estuviera a su lado, como si hubiera sido esa fiel compañera que nunca le falló, necesitando que me llamara durante tantos años y en ese último instante… me llamó… y yo… yo apenas llegué para dedicarle una última sonrisa. ¿qué me detuvo? ¿qué me pasó? - inquirió con profunda tristeza y desasosiego la ESPERANZA.

Ah, ya lo recuerdo, dijo brotando de ella de nuevo una lágrima de dolor, me encontré con el OLVIDO y me entretuve unos minutos charlando con él, me dijo que había perdido algo, nos pusimos a buscarlo pero nada encontramos, solo sé que me lió, me entretuve con él demasiado tiempo, si hubiera estado menos tiempo con el Olvido… ni tan siquiera supe qué había perdido.

- Había perdido la ESPERANZA… porque la necesitaba yo - se oyó una voz dulce surgiendo de los cielos.

La Esperanza, mirando al cielo, comprendió y sonrió.

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Este es un cuento que quiero dedicar a toda esa gente que a veces se detiene a buscar en el Olvido lo que sólo se puede encontrar en la Esperanza.

(Cristina Mena)

El Niño del Bidón Amarillo

Manuel era un niño que en todo instante estaba imaginando cosas entretenidas. Él tenía una mamá Angélica y un papá Eduardo y un día le preguntaron muy serios y afligidos:

-¿Manuel qué te gustaría que te regaláramos para tu cumpleaños?

Pensó dos semanas, pero no dijo nada. Finalmente llegó el día de su cumpleaños y salió con papá y mamá a recorrer jugueterías, pero nada le gustó. De pronto dio un brinco y dijo: . ¡Ya sé, quiero que me compren un regalo allá - y corrió hacia una a una ferretería.

Entraron a un gran galpón lleno de materiales de construcción, cañerías canaletas de hojalata, herramientas, carretillas, cadenas, cuerdas y mil tesoros más. Manuel fijó sus ojos en un hermoso bidón amarillo de veinte litros y con una tapa verde. Era un bidón de plástico grueso resistente, durable. Fantástico.

Los papás no podían imaginar para que le iba a servir a Manuel un bidón.

Esa misma tarde Manuel transformó su bidón una obra de arte pegándole stikers, y recortes de publicidad. Después con dos palitos de maqueta estuvo tocando batería ejecutando endemoniados ritmos. En la tarde jugo play sentado en su bidón. Al otro día lo lleno hasta la mitad con arena, le amarró un cordel que pasó por una barra de acero del cobertizo y se puso a fortalecer sus músculos tirando de la cuerda e izando el bidón hasta el techo. Otro día llenó el bidón con agua lo colgó y se duchó en el patio. Sus amigos lo invitaron a jugar a la plaza siempre y cuando llevara su bidón.

En la noche cuando todos dormían metió su linterna encendida dentro del bidón y tuvo un enorme sol amarillo para el solo.

Entonces soñó que estaba en una playa lejana viendo como amanecía; y fue feliz, como siempre.

(Luis Alberto Tamayo)

jueves, 18 de junio de 2009

El Poder de la Imaginación

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.

En realidad el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y por eso desde el primer momento se procuro un chivo expiatorio para encubrir al culpable. El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendria escasas o nulas chances de escapar al terrible veredicto ....la horca!!!!!

El Juez tambien complotado cuido no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo por ello dijo al acusado: "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de El tu destino vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente Tu escogeras y sera la mano del Dios la que decida tu destino."

Por supuesto el mal funcionario habia preparado dos papeles con la misma leyenda CULPABLE y la pobre victima aun sin conocer los detalles se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No habia escapatoria.

El Juez conmino al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiro profundamente, quedo en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse abrio los ojos y con una extraña sonrisa tomo uno de los papeles y llevandolo a su boca lo engullo rapidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente:

- "Pero ¿¿¿qué hizo??? ¿¿¿Y ahora??? ¿Cómo vamos a saber el veredicto?"

-"Es muy sencillo -respondio el hombre-. Es cuestion de leer el papel que queda y sabremos lo que decia el que me trague".

Con rezongos y bronca mal disimulada debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Moraleja: Cuando todo parezca perdido no menosprecies el poder de tu imaginación.

(Anónimo)

miércoles, 17 de junio de 2009

El Nombre más hermoso del mundo

En el mundo indígena, uno de los principios que constituyen el universo es el dolor. Sin embargo,
los ojos de ese pueblo penetran en esta realidad sin miedo y la transforman en algo sublime.

Un guerrero miró a su hija recién nacida.
Tan hermosa le parecía que no encontraba un nombre apropiado para ella. Todos le sabían a poco.
Al fin decidió buscar lo más valioso del mundo y tomarlo como nombre para su primogénita.

Salió muy temprano, cuando aún era oscuro y pensó¨

-"Podría llamarla: Silencio, pues es hermosísimo" pero comenzó el amanecer y el guerrero detuvo sus pasos y dijo: "No, la llamaré: Aurora".

Decidió caminar unas millas más y el día avanzaba mientras a lo largo de su camino el guerrero
pensaba en llamar a su hija: "Luz, nieve, Flor, Cielo."

Y así recorrió grandes distancias y consultó a muchos hombres instruidos, hasta que finalmente
encontró al más sabio de los hombres, que le dijo:

- Tras esta montaña encontrarás a un pastor muy sencillo. Acércate a su casa, espera allí y verás lo más valioso del mundo.

Apostado junto a unas rocas el guerrero esperó el momento fijando su mirada en la entrada de la casa. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y apareció una niña. El guerrero sintió un escalofrío. La pequeña estaba cubierta de lepra.

En unos instantes, tras la curva del camino, se escuchó la voz del pastor llamando a su hija.
El guerrero vio cómo padre e hija se abrazaban y cubrían de besos. Y así, volviendo a su casa con
lágrimas en los ojos, se dijo:

- La llamaré Heoma-nae-sàn ("amor en el dolor").

(P. Miguel Segura)

lunes, 15 de junio de 2009

El Ladrón de Sueños


Ante un grupo de niños un hombre narró la siguiente historia:
"Había una vez un muchacho que era hijo de un entrenador de caballos. El padre del muchacho era pobre y contaba con apenas unos pocos recursos para mantener a su familia y mandar al muchacho a la escuela.

Una mañana en la escuela, estando el muchacho en la clase, el profesor le pidió a los alumnos que escribieran la meta que quisieran alcanzar cuando fueran adultos. El joven escribió una composición de siete paginas esa noche, en la que describía su meta. Escribió su sueño con mucho detalle y hasta dibujó un plano de todo el proyecto: el rancho, la ganadería, el terreno y la casa en la que quería vivir; en fin, puso todo su corazón en el proyecto y al día siguiente lo entregó al profesor.

Dos días mas tarde, recibió de vuelta su trabajo reprobado, y con una nota que decía:"venga a verme después de clase". El chico del sueño fue a ver a su profesor y le pregunto por qué le había suspendido.

El profesor le dijo:

-"Es un sueño poco realista para un chico como tú. No tienes recursos; vienes de una familia pobre. Para tener lo que quieres hacen falta muchas cosas y además mucho dinero. Tienes que comprar el terreno, pagar por la cría original y después tendrás muchos gastos de mantenimiento. No podrías hacerlo de ninguna manera. A continuación el profesor agregó: si vuelves a hacer el trabajo con objetivos más realistas, reconsideraré tu nota".

El chico volvió a su casa y pensó mucho. También le preguntó a su padre qué debía hacer. Éste le respondió:

-"Mira hijo, tienes que decidir por ti mismo; de todos modos, creo que es una decisión importante para ti, cierto?"

Finalmente después de reflexionar durante una semana, el chico entregó el mismo trabajo, sin hacer cambio alguno y le dijo al profesor:
-"Usted puede quedarse con mi mala nota, yo me quedaré con mi sueño".

Al concluir el hombre miró a los niños y les dijo:

-"Os cuento esta historia porque es mi historia. Aquí estamos en medio de la casa de mis sueños, dentro del rancho que me propuse conseguir porque esa era la meta de mi vida. Aún conservo aquella tarea del colegio enmarcada sobre la chimenea".

Luego agregó:

-"Lo mejor de la historia es que hace dos años, ese mismo profesor trajo a treinta chicos a visitar mi rancho" y al irse me dijo:

-"Mira, ahora puedo decírtelo. Cuando era tu profesor, era una especie de ladrón de sueños. Durante esos años, le robe un montón de sueños a los niños. Por suerte tuviste la suficiente fortaleza para no abandonar el tuyo."

No dejemos que nadie nos robe nuestros sueños, ni tampoco le robemos a otros los suyos...

(Anónimo)

viernes, 5 de junio de 2009

La Integridad

Se dice que cierto día salieron a pasear juntas la Ciencia, la Fortuna, la Resignación y la Integridad.
Mientras caminaban dijo la Ciencia:
Amigas mías, pudiera darse el caso de que nos separáramos unas de otras y sería bueno determinar un lugar donde pudiéramos encontrarnos de nuevo.
A mí, podréis encontrarme siempre en la biblioteca de aquel sabio Dr. X, a quien, como sabéis, siempre acompaño.
En cuanto a mí expresó la Fortuna - me hallaréis en casa de ese millonario cuyo palacio está en el centro de la ciudad.
La Resignación dijo por su parte:
A mí podréis encontrarme en la pobre y triste choza de aquel buen viejecillo a quien con tanta frecuencia veo y que tanto ha sufrido en la vida.
Como la Integridad permanecía callada, sus compañeras le preguntaron:
Y a ti, ¿dónde te encontraremos?
La Integridad, bajando tristemente la cabeza, respondió:
- A mí, quien una vez me pierde jamás vuelve a encontrarme.
“Quien pierde su integridad y su honradez lo ha perdido todo”.

(Anónimo)

lunes, 27 de abril de 2009

Barriendo impurezas

Cuentan que un hombre mayor que había recorrido años y kilómetros en la búsqueda del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las sierras. Al llegar alli, tocó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en ese lugar para recibir enseñanzas espirituales. El hombre era analfabeto, muy poco ilustrado, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verlo tan motivado decidieron aceptarlo.
Los monjes comenzaron a darle, sin embargo, tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales.."Te encargarás de barrer el claustro todos los días" -le dijeron.
El hombre estaba feliz. Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.
Pasaron los meses, y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, se lo veía contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma. Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable. Un día le preguntaron: ¿"Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?" -"Nada en especial. Todos los días, con mucho amor, barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que barro de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi alma".

(Cuento tibetano)

Sin discusiones

Después de muchos años de no verse, dos amigos se encuentran en la calle.

- Serafín, ¡cuánto tiempo! ¿Cómo vas?

- ¿Eres tú, Lorenzo? Si no me hablas, nunca te hubiera reconocido… ¿Qué te has hecho? ¿Alguna operación? ¿Un tratamiento facial? Se te ve más joven.

- No. Ninguna cirugía. Lo que sucede es que, hace meses, tomé una decisión que me ha cambiado la vida y, desde entonces, vivo tan bien que eso me ha traído salud y bienestar.

- Vaya, Lorenzo, me sorprendes… ¿Y cuál es la decisión mágica?

- Es muy simple - dice el otro sin vueltas-. No discuto nunca con nadie por ninguna razón.

Serafín sonríe y espera. No cree que la explicación vaya a terminar allí. Finalmente, se decide y habla:

- Nunca discutes…

- Con nadie y por ninguna razón - completa Lorenzo.

- Pero no puede deberse a ello - dice Serafín.

Y Lorenzo, haciendo gala de su postura, contesta:

-Tienes razón, no puede deberse a ello.

(Jorge Bucay)

Orígenes

Latif era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo.

Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos. Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Latif era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada.

Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Latif, que dormitaba a la sombra de una encina. Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.

El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.”

Latif lo miró, casi despectivamente, y le dijo: “Puedes quedarte con tu moneda, ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es tu pregunta?

Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar.

La repuesta de Latif fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado. Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Lafit descansaba, esta vez bajo un olivar. Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Latif la respondió rápida y sabiamente. El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Latif.

“Latif te necesito”, le dijo. “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltara nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras… por favor.”

Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Latif, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Latif al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real.

En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.

Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales. Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida, o sobre sus dudas espirituales.

Latif siempre contestaba con claridad y precisión.

El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor.

Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad le dijeron.

- “Tu amigo Latif, como tú llamas, está conspirando para derrocarte.”

- “No puede ser” dijo el rey. “No lo creo.”

- “Puedes confirmarlo con tus propios ojos,” dijeron todos. “Cada tarde a eso de las cinco, Latif se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.”

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones.

Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

- “Lo visteis” gritaron los cortesanos, “¿lo visteis?”

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

- “¿Quién es?” dijo Latif desde adentro.

- “Soy yo, el rey,” dijo el soberano. “Ábreme la puerta.”

Latif abrió la puerta.

No había nadie allí, salvo Latif.

Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.

- “¿Estás conspirando contra mi Latif?” pregunto el rey.

- “¿Cómo se te ocurre, majestad?” contesto Latif. “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”

- “Pero vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?”

Latif sonrió y se acercó a la túnica rotosa que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:

- “Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera” dijo Latif. “Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado… que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE”.

(Jorge Bucay)

El cantante de ópera

A la pequeña ciudad de Chiquitrán llegó un día en tren llevando una gran maleta un tipo curioso. Se llamaba Matito, y tenía una pinta totalmente corriente; lo que le hacía especial es que todo lo que hablaba, lo hacía cantando ópera. Daba igual que se tratara de responder a un breve saludo como "buenos días"; él se aclaraba la voz y respondía:

- Bueeeeenos diiiiiiias tenga usteeeeeeeed.

Y la verdad, a casi todo el mundo se le hacía bastante pesadito el tal Matito. Nadie era capaz de sacarle una palabra normal, y como tampoco se sabía muy bien cómo se ganaba la vida y vivía bastante humildemente, utilizando siempre su mismo traje viejos de segunda mano, a menudo le trataban con desprecio, burlándose de sus cantares, llamándole "don nadie", "pobretón" y "gandul".

Pasaron algunos años, hasta que un día llegó un rumor que se extendió como un reguero de pólvora por toda la ciudad: Matito había conseguido un papel en una ópera importantísima de la capital, y todo se llenó con carteles anunciando el evento. Nadie dejó de ver y escuchar la obra, que fue un gran éxito, y al terminar, para sorpresa de todos en su ciudad, cuando fue entrevistado por los periodistas, Matito respondió a sus preguntas muy cortésmente, con una clara y estupenda voz.

Desde aquel día, Matito dejó de cantar a todas horas, y ya sólo lo hacía durante sus actuaciones y giras por el mundo. Algunos suponían por qué había cambiado, pero otros muchos aún no tenían ni idea y seguían pensando que estaba algo loco. No lo hubieran hecho de haber visto que lo único que guardaba en su gran maleta era una piedra con un mensaje tallado a mano que decía: "Practica, hijo, practica cada segundo, que nunca se sabe cuándo tendrás tu oportunidad", y de haber sabido que pudo actuar en aquella ópera sólo porque el director le oyó mientras compraba un vulgar periódico.

(De la web: Cuentos para dormir)

Los Dos Conjuros

Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por mucho que dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además era un rey pacífico y justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel, resultó que no tenía nada de autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño encargo de conseguir una poción para que le obedecieran.
El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras tantas pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol luchador o una hormiga bailarina , no consiguió encontrar la forma de que nadie obedeciera al rey. Se enteró del problema un joven, que se presentó rápido en palacio, enviando a decir al rey que él tenía la solución.
El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos pequeños trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores.

- Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes de decir aquello que queráis que vuestro súbditos hagan, y el segundo cuando lo hayan terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro poder. Hacedlo así, y el conjuro durará para siempre.

Todos estaban intrigados esperando oir los conjuros, el rey el que más. Antes de utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces dijo, dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos:

- Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo.

El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás había oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban sorprendidos de la eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco interés, dijo:

- Gracias, Apolonio, puedes retirarte.

Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía bajo su poder, tal y como había dicho el extraño!. El rey, agradecido, colmó al joven de riquezas, y éste decidió seguir su viaje.

Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole dónde había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los compartiera con él. Y el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la verdad:

- Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué de la escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que educadamente y de buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu buen rey sólo necesitaba buenos modales y algo de educación para conseguir todas las cosas justas que quería.

Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo de todos sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de buenos modales, dispuesto a seguir educando a su brusco rey.

(De la Web: Cuentos para dormir)

viernes, 24 de abril de 2009

Lobo, Con Piel De Hombre

Era una de esas tardes en las que nada había que hacer y la loba paseaba con su cachorro inquieto en busca de alimento. Se resguardaron bajo unos matorrales y esperaron que sigiloso pasara el cazador que olfatearan minutos antes.
El frío cañón del arma se asomó entre la enramada y las botas del hombre castigaban con su peso, las hojas secas que se negaban a gritar. caminó un poco, encendió su cigarro y esperó. El cachorro indignado preguntó a su astuta madre:
-Mamá, la grama verde y generosa tiene un enemigo: las ovejas, que se alimentan de ella para sobrevivir, hasta el día de su muerte. Las ovejas tienen un enemigo, nosotros, los lobos, que nos alimentamos de ellas cuando es posible, hasta el día de nuestra muerte. Nosotros tenemos un enemigo: el hombre, que quema nuestros bosques, nos pone dolorosas trampas y mata a los de nuestra especie por deporte o por ignorancia, hasta el día de su muerte. Pero madre, tiene el hombre un enemigo?
La loba clavó su mirada fría en el hijo amado y respondió:
-Hijo mío, el enemigo del hombre, es el hombre, hasta el día de su muerte.

(Autor: Desconocido)

sábado, 18 de abril de 2009

La leyenda del espantapájaros

Érase una vez un espantapájaros que no tenía amigos. Trabajaba en un campo de trigo.
No era un trabajo difícil pero sí muy solitario. Sin nadie con quien hablar, sus días y sus noches se hacía eternas. Lo único que podía hacer era mirar los pájaros. Cada vez que pasaban, él los saludaba pero ellos nunca respondían. Era como si le tuviesen miedo Un día hizo algo prohibido: les ofreció unas semillas. Pero aun así ellos no querían saber nada. Él se preguntaba por qué nadie quería ser su amigo. Así pasó el tiempo hasta que una noche fría, cayo a sus pies un cuervo ciego. El cuervo estaba tiritando y hambriento . El espantapájaros decidió cuidar de él . Tras varios días el cuervo ciego mejoró. Antes de despedirse el espantapájaros preguntó por qué los pájaros nunca querían hacerse amigos de los espantapájaros y el cuervo explicó que el trabajo de los espantapájaros era asustar a los pobres pájaros que sólo querían comer; eran unos seres malvados y despreciables, unos monstruos. Ofendido, el espantapájaros le explicó que él no era malo a pesar de ser un espantapájaros.
Una vez más el espantapájaros se quedó sin amigos. Esa mima noche decidió cambiar su
vida. Despertó a su amo y le dijo que quería otro oficio, que ya no quería asustar más a los pájaros. Aterrorizado, el amo despertó a todos sus vecinos, les contó que el espantapájaros había cobrado vida y que esto sólo podía ser obra del diablo. Cerca del molino estaba el cuervo ciego. Sus compañeros le explicaron que los vecinos de la aldea estaban quemando un molino donde se intentaba esconder un espantapájaros con una bufanda muy larga. El cuervo ciego entonces les explicó que ese era el espantapájaros bueno, el que le había salvado la vida. Conmocionados por la historia, los cuervos quisieron salvar al espantapájaros pero era demasiado tarde y ya no podían hacer nada: el espantapájaros murió quemado. Los cuervos esperaron hasta el amanecer y cuando no había llamas se acercaron a los restos del molino, cogieron las cenizas del espantapájaros y volaron alto, muy alto y desde lo más alto esparcieron las cenizas por el aire. El viento llevó las cenizas por toda la comarca . Las cenizas volaron junto con todos los pájaros y de esta manera, el espantapájaros nunca volvió a estar solo porque sus cenizas ahora volaban con sus nuevos amigos. Y en recuerdo de la trágica muerte del espantapájaros, el cuervo ciego y todos sus compañeros decidieron vestir de luto y por eso desde entonces, en memoria del espantapájaros, todos los cuervos son negros.

(Aquí puedes visualizar el corto de Marco Besas y Carlos Lascano,basado en este cuento. Apaga la música de la página al final de la misma para escucharlo correctamente.)


martes, 14 de abril de 2009

El Bambú Japonés

Asier había comprado unas semillas de Bambú Japones a un viejo agricultor que le convenció de que el cultivo de esta planta le haría ver la vida de otra manera y que si era perseverante y tenia paciencia se convertiria en el mejor cultivador de Bambú de la zona.

Asier sembro las semillas, le dio buen abono y mejor riego. Pasados unos meses no sucedía nada en aquel campo y creyendo en las palabras del viejo agricultor no hizo caso a sus vecinos para que harara la tierra otra vez y plantara el Bambú que todos plantaban. Lejos de esa idea Asier planto más semillas en otra trozo de tierra pero todo seguia igual, ni una pequeña caña se intuía en sus tierras mientras sus vecinos año, tras año sacaban provecho de sus campos con el Bambú normal a pesar de que las tormentas y el viento siempre se llevaban parte de las plantaciones de Bambú.

Después de seis años y ya casi con la necesidad de ocupar esas tierras con otras especies notó como de la tierra salía bambú y en sólo seis semanas ese bambú creió más de 30 metros. Su alegría duró poco al comprobar como se acercaba una gran tormenta con fuertes vientos, convencido de que después de tanto sacrificio todo quedaría arrasado por el viento se metio en casa a esperar. A la mañana siguiente en muchos kms a la redonda no había ni una sóla plantación de Bambú normal pero la de Asier allí estaba fuerte, verde y meciendose con la ligera brisa de la mañana.

Fué corriendo a junto del viejo agricultor, quería hacerle partícipe del milagro y este le pregunto: “¿De verdad te crees que tu bambú sólo se desarrolló en estas últimas seis semanas?, si es así poco has aprendido porque durante estos seis años tu bambú ha estado generando un entramado de raices durísimo para poder sostener el crecimiento que iba a tener despues de seis años bajo tierra y aguantar los envites del viento”.

(Cuentos orientales)

Las Herramientas

En un pequeño pueblo, existía una diminuta carpintería famosa por los muebeles que allí se fabricaban. Cierto día las herramientas decidieron reunirse en asamblea para dirimir sus diferencias. Una vez estuvieron todas reunidas, el martillo, en su calidad de presidente tomó la palabra.

-Queridos compañerros, ya estamos constituidos en asamblea. ¿Cuál es el problema?. -Tienes que dimitir- exclamaron muchas voces.

-¿Cuál es la razón? - inquirió el martillo. -¡Haces demasiado ruido!- se oyo al fondo de la sala, al tiempo que las demás afirmaban con sus gestos. -Además -agregó otra herramienta-, te pasas el día golpeando todo.

El martillo se sintió triste y frustrado. _Está bien, me iré si eso es lo que quereis. ¿Quién se propone como presidente?.

-Yo, se autoproclamó el tornillo -De eso nada -gritaron varias herramientas-.Sólo sirves si das muchas vueltas y eso nos retrasa todo.

-Seré yo -exclamó la lija- -¡Jamás!-protesto la mayoría-. Eres muy aspera y siempre tienes fricciones con los demás.

-¡Yo seré el próximo presidente! -anuncio el metro. -De ninguna manera, te pasas el día midiendo a los demás como si tus medidas fueran las únicas válidas - dijo una pequeña herramienta.

En esa discusión estaban enfrascados cuando entró el carpintero y se puso a trabajar. Utilizó todas y cada una de las herramientas en el momento oportuno. Después de unas horas de trabajo, los trozos de madera apilados en el suelo fueron convertidos en un precioso mueble listo para entregar al cliente. El carpintero se levanto, observo el mueble y sonrió al ver lo bien que había quedado. Se quitó el delantal de trabajo y salió de la carpintería.

De inmediato la Asamblea volvió a reunirse y el alicate tomo la palabra: “Queridos compañeros, es evidente que todos tenemos defectos pero acabamos de ver que nuestras cualidades hacen posible que se puedan hacer muebles tan maravillosos como éste”. Las herramientas se miraron unas a otras sin decir nada y el alicate continuo: “son nuestras cualidades y no nuestros defectos las que nos hacen valiosas. El martillo es fuerte y eso nos hace unir muchas piezas. El tornillo también une y da fuerza allí donde no actua el martillo. La lija lima aquello que es áspero y pule la superficie. El metro es preciso y exacto, nos permite no equivocar las medidas que nos han encargado. Y así podría continuar con cada una de vosotras.

Después de aquellas palabras todas las herramientas se dieron cuenta que sólo el trabajo en equipo les hacia realmente útiles y que debían de fijarse en las virtudes de cada una para conseguir el éxito.

(Juan Mateo)

sábado, 11 de abril de 2009

El Puente


Érase una vez, dos hermanos que vivían en granjas vecinas cayeron en un conflicto, que comenzó con un pequeño malentendido y fue creció hasta ser una barrera inseparable.

Una mañana alguien llamó a la puerta de uno de ellos. Al abrirla encontró un carpintero que le dijo:

- Estoy buscando trabajo por unos días.
- Pues tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del arroyo aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor. La semana pasada había un hermosa pradera entre nosotros, él tomó su tractor y desvió el cauce del arroyo para que nos separara. ¿Vé usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una gran cerca para no verlo nunca mas.
- Creo que comprendo su situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejara satisfecho.

Aquel hermano ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir al pueblo. El carpintero trabajó duro midiendo, cortando y clavando. Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo. El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, no había ninguna cerca, en su lugar había un puente. Un puente que además unía las dos granjas a través del arroyo.

En ese momento, su hermano menor, vino desde su granja y abrazandole le dijo:
- ¡Eres una gran persona, mira que construir este hermoso puente después de lo que te he hecho y dicho!

Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas,
- ¡No¡, espera, -le dijo el hermano mayor-. “Quédate unos cuantos días, tengo muchos proyectos para ti”.

- “Me gustaría quedarme” -dijo el carpintero- "pero tengo muchos puentes por construir".

(Anónimo)