martes, 25 de mayo de 2010

La Integridad


Se dice que cierto día salieron a pasear juntas la Ciencia, la Fortuna, la Resignación y la Integridad.
Mientras caminaban dijo la Ciencia:
Amigas mías, pudiera darse el caso de que nos separáramos unas de otras y sería bueno determinar un lugar donde pudiéramos encontrarnos de nuevo.
A mí, podréis encontrarme siempre en la biblioteca de aquel sabio Dr. X, a quien, como sabéis, siempre acompaño.
En cuanto a mí expresó la Fortuna - me hallaréis en casa de ese millonario cuyo palacio está en el centro de la ciudad.
La Resignación dijo por su parte:
A mí podréis encontrarme en la pobre y triste choza de aquel buen viejecillo a quien con tanta frecuencia veo y que tanto ha sufrido en la vida.
Como la Integridad permanecía callada, sus compañeras le preguntaron:
Y a ti, ¿dónde te encontraremos?
La Integridad, bajando tristemente la cabeza, respondió:
- A mí, quien una vez me pierde jamás vuelve a encontrarme.
“Quien pierde su integridad y su honradez lo ha perdido todo”.

(Anónimo)

miércoles, 5 de mayo de 2010

La serpiente de las monedas de oro


En cierto pueblo vivía un Bracmán llamado Haridata. Aunque trabajaba de la noche a la mañana en sus campos, no podía conseguir jamás una buena cosecha, y su pobreza era cada día mayor.
Un día, cuando cansado de trabajar se tendió a descansar a la sombra de un árbol, vio salir de un agujero una gran serpiente.
"Sin duda debe de ser la diosa de este campo -se dijo el Bracmán- y como no le he dedicado ninguna ofrenda estará enfadada conmigo y por eso no obtengo ninguna buena cosecha. Voy a remediar enseguida mi falta."
El Bracmán corrió a su casa y regresó a los pocos minutos con un tazón lleno de leche que dejó a la entrada del nido de la serpiente, diciendo en voz alta:
- ¡Oh, diosa de este campo, perdóname por no haber conocido tu presencia hasta este momento! Por ello nunca te había ofrecido ningún obsequio; pero te prometo que de hoy en adelante no te faltará nada.
A la mañana siguiente, cuando volvió al nido de la serpiente, encontró vacío el tazón y dentro de él una moneda de oro. Desde entonces, cada tarde llevaba un tazón de leche a la serpiente, y al otro día, invariablemente, encontraba una moneda de oro.
Ocurrió que un día el Bracmán tuvo que ir al pueblo a comprar unas herramientas y ordenó a su hijo que llevara la leche a la serpiente. El muchacho así lo hizo, y cuando al otro día regresó a buscar el tazón, encontró una moneda de oro.
" Sin duda la serpiente esa debe de estar llena de oro -se dijo.- La mataré y me quedaré todos las monedas."
Aquella tarde, cuando volvió a llevar la leche, iba armado de una hachuela, con la que trató de cortar la cabeza a la serpiente. Esta se libró de la muerte por verdadero milagro, ya que la hachuela cayó a medio centímetro de ella, y para vengarse del ataque, mordió al muchacho, matándolo en el acto.
El Bracmán y su familia dispusieron una magnífica pira, donde quemaron el cadáver del joven. El padre lloró mucho la pérdida de su único hijo, pero al cabo de unos días volvió a llevar la leche a la serpiente, olvidando en su avaricia que ella era la causante de la muerte del muchacho.
Pasó mucho rato antes de que la serpiente saliera a tomar la leche, y cuando lo hizo fue asomando solo la cabeza.
- Sé que lo único que te trae aquí es la avaricia ­dijo, pues ni tú puedes olvidar que yo maté a tu hijo, ni yo olvidaré jamás que él intentó cortarme la cabeza. Por lo tanto, entre nosotros ya no puede haber ninguna amistad. No vuelvas más por aquí, pues será inútil.
Y al decir esto, la serpiente se metió de nuevo en su madriguera, y el Bracmán regresó a su casa, maldiciendo la estupidez de su hijo.

Del libro: Cuentos de Hadas de la India
© Ed. Molino - 1939

domingo, 2 de mayo de 2010

Las ratas y el oro


Había una vez un rico mercader que, a punto de hacer un largo viaje, tomó sus precauciones.

Antes de partir quiso asegurarse de que su fortuna en lingotes de oro estaría a buen recaudo y se la confió a quien creía un buen amigo.

Pasó el tiempo, el viajero volvió y lo primero que hizo fue ir a recuperar su fortuna.
Pero le esperaba una gran sorpresa.

-¡Malas noticias! -anunció el amigo-. Guardé tus lingotes en un cofre bajo siete llaves sin saber que en mi casa había ratas. ¿Te imaginas lo que pasó?

-No lo imagino -repuso el mercader.
-Las ratas agujerearon el cofre y se comieron el oro. ¡Esos animales son capaces de devorarlo todo!

-¡Qué desgracia! -se lamentó el mercader-. Estoy completamente arruinado, pero no te sientas culpable, ¡todo ha sido por causa de esa plaga!

Sin demostrar sospecha alguna, antes de marcharse invitó al amigo a comer en su casa al día siguiente.

Pero, después de despedirse, visitó el establo y, sin que lo vieran, se llevó el mejor caballo que encontró.
Cuando llegó a su casa ocultó al animal en los fondos.

Al día siguiente, el convidado llegó con cara de disgusto.

-Perdona mi mal humor -dijo-, pero acabo de sufrir una gran pérdida: desapareció el mejor de mis caballos.

-Lo busqué por el campo y el bosque pero se lo ha tragado la tierra.
-¿Es posible? -dijo el mercader simulando inocencia-. ¿No se lo habrá llevado la lechuza?

-¿Qué dices?
-Casualmente anoche, a la luz de la luna, vi volar una lechuza llevando entre sus patas un hermoso caballo.
-¡Qué tontería! -se enojó el otro. ¡Dónde se ha visto, un ave que no pesa nada, alzarse con una bestia de cientos de kilos!

-Todo es posible -señaló el mercader-. En un pueblo donde las ratas comen oro, ¿porqué te asombra que las lechuzas roben caballos?

El mal amigo, rojo de vergüenza, confesó que había mentido. El oro volvió a su dueño y el caballo a su establo.
Hubo disculpas y perdón.
Y hubo un tramposo que supo lo que es caer en su propia trampa.

(Fábula popular de la India)

El Puchero Roto


Vivía en cierto lugar un bracmán cuyo nombre era Savarakipana, que significa: nacido para ser pobre. Aquel día recibió una gran cantidad de arroz y cuando hubo terminado de cenar, aún le quedó para el día siguiente. Para que no se estropease lo guardó en un puchero que colgó de un clavo en la pared, encima de su cama.
Al acostarse, el bracmán no podía apartar el pensamiento del puchero de arroz.
- Si ahora reinase el hambre en el país -se dijo,­ de ese puchero de arroz sacaría lo menos cien rupias, con las cuales podría comprar una pareja de cabras, macho y hembra. Cada seis meses tendría cabritillas y, en unos años tendría un gran rebaño. Vendiendo las cabritillas, sacaría bastante dinero para comprar un buey y una vaca. Con el importe de los ternerillos que tuviesen, me compraría unos cebús. Con las crías de los cebús compraría una pareja de caballos, y con lo que me diesen por los potros sería pronto rico. En cuanto fuese rico me compraría una casa bien grande a la que iría a visitar el gobernador, quien, encantado de lo hermosa que sería, me concedería la mano de su hija, dotándola regiamente. Al poco tiempo de casados tendríamos un hijo que se llamaría Somasarman. Cuando fuese lo bastante grande para poderle columpiar sobre mis rodillas lo tomaría...
En aquel momento, el bracmán levantó una pierna y tiró el puchero, cuyo contenido cayó sobre él, quedando cubierto de arroz de pies a cabeza.
Así, a orillas del Sagrado Ganghes los sacerdotes dicen a sus fieles oyentes:
- Quien hace locos planes para el futuro, quedará cubierto de arroz como Savarakipana.

Del libro: Cuentos de Hadas de la India
© Ed. Molino - 1939

sábado, 1 de mayo de 2010

Juicio precipitado


Un jinete vió que un escorpión venenoso se introducía por la garganta de un hombre que dormía tumbado en el camino.
El jinete bajó de su cabalgadura y con el látigo despertó al hombre dormido a la vez que le obligaba a comer unos excrementos que había en el suelo.Mientras, el hombre
chillaba de dolor y asco:


-¿Por qué me haces esto? ¿Que te he hecho yo?


El jinete contunuaba azotándolo y obligándole a comer los excrementos.Instantes después,aquel hombre vomitó arrojando el contenido del estómago con el escorpión
incluido.Comprendiendo lo sucedido agradeció al jinete el haberle salvado la vida, y después de besarle la mano,insistió en entregarle su humilde sortija como muestra de gratitud, al despedirse le preguntó:


-Pero¿ Por qué sencillamente no me despertaste?
¿Por que razón tuviste que usar el látigo?


-Habia que actuar rápidamente - respondió el jinete-
Si sólo te hubiese despertado, no me habrías creido,te habrías paralizado por el miedo, o habrías escapado,Además, de modo alguno, hubieses tomado los excrementos, y el dolor de los azotes provocaba que te convulsionases, evitando que el escorpión te picara.


Dicho lo cual, partió al galope hacia su destino.


No lejos de allí, dos hombres de una aldea vecina habían sido testigos del episodio, cuando regresaron junto a sus paisanos, narraron lo siguiente:


- Amigos, hemos sido testigos de unos hechos muy tristes que revelan la maldad de algunos hombres.
Un pobre labrador dormía plácidamente la siesta a la vera de un camino, cuando un orgulloso jinete entendió que obstaculizaba su paso, se bajó de su caballo y con el látigo comenzó a azotarlo por tan mínima falta.No contento con eso, le obligó a comer excrementos hasta vomitar, le exigió que le besara la mano y además le robó una sortija.
Pero no os preocupeis, a la vuelta de un recodo hemos esperado al arrogante jinete y le hemos propinado una buena paliza por su deplorable acción.

Sin la percepción correcta no existe el juicio justo.

(Cuento oriental)

No todo tiene precio


Un noble inmensamente rico decidió un buen día que debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su persona. Para ello, mandó
contratar al mejor juglar que hubiera en todo el mundo.
De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al mejor rapsoda del mundo, pero que éste era un hombre muy independiente que se negaba a trabajar
para nadie. Pero el noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda.
Cuando llegó a su presencia, observó que el juglar,además de ser muy independiente, se encontraba en una situación de franca necesidad.
- Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme -le tentó el rico-.
- Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas -contestó el rapsoda-.
- ¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna?
- Eso sería una desproporción muy injusta,y yo no podría servir a nadie en esas
condiciones de desigualdad.
El noble rico insistió:
- ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna accederías a servirme?
- Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte.
- ¿Y si te diera toda mi fortuna?
- Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.

(Cuento oriental)

Dejando a un lado el ego


Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
- Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó,
el sabio le preguntó:
- ¿Qué te han contestado los muertos?
- Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
- Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
- ¿Qué te han contestado los muertos ahora?
- Tampoco han contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
- Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?

(Cuento oriental)