martes, 31 de enero de 2012

Juan sin miedo


Había una vez un padre que tenía dos hijos, el mayor de los dos era listo y prudente, y podía hacer cualquier cosa. Pero el joven, era estúpido y no podía aprender ni entender nada, y cuando la gente lo veía pasar decían:
- Este chico dará problemas a su padre. -
Cuando había que hacer algo, era siempre el hermano mayor el que tenía que hacerlo, pero si su padre le mandaba a traer algo cuando era tarde o en mitad de la noche, y el camino le conducía a través del cementerio o algún otro sombrío lugar, contestaba:
- ¡Oh no padre!, no iré, me causa pavor. - Ya que tenía miedo.
Cuando se contaban historias alrededor del fuego que ponían la carne de gallina, los oyentes algunas veces decían:
- ¡Me da miedo! -
El chico se sentaba en una esquina y escuchaba como los demás, pero no podía imaginar lo que era tener miedo:
- Siempre dicen: "Me da miedo" o "Me causa pavor". - pensaba -Esa debe ser una habilidad que no comprendo. -
Ocurrió que el padre le dijo un día al muchacho:
- Escúchame con atención, te estás haciendo grande y fuerte, y debes aprender algo que te permita ganarte el pan. -
- Bien padre, - respondió el joven - la verdad es que hay algo que quiero aprender, si se puede enseñar. Me gustaría aprender a tener miedo, no entiendo del todo lo que es eso.-
El hermano mayor sonrió al escuchar aquello y pensó: "Dios santo, que cabeza de adoquín es este hermano mío. Nunca servirá para nada.
El padre suspiró y le respondió: - pronto aprenderás a tener miedo, pero no vivirás de eso.-
Poco después el sacristán fue a la casa de visita y el padre le expuso su problema, contándole que su hijo menor estaba tan retrasado en cualquier cosa que no sabía ni aprendía nada. -Fíjate - le dijo el padre - cuando le pregunté cómo iba a ganarse la vida me dijo que quería aprender a tener miedo.-
- Si eso es todo. - respondió el sacristán -
puede aprenderlo conmigo. Mándamelo y lo despabilaré pronto-
El padre estaba contento de enviar a su hijo con el sacristán por que pensaba que aquello serviría para entrenar al chico.
Entonces el sacristán tomó al chico bajo su tutela en su casa y tenía que hacer sonar la campana de la iglesia. A los dos días el sacristán lo despertó a media noche, y lo hizo levantarse para ir a la torre de la iglesia y tocar la campana.
"Pronto aprenderás lo que es tener miedo" pensaba el sacristán. Este sin que el chico se diese cuenta, se le adelantó y subió a la torre. Cuando el chico estaba en lo alto de la torre y se dio la
vuelta para coger la cuerda de la campana vio una figura blanca de pie en las escaleras al otro lado del pozo de la torre.
- ¿Quién está ahí?- gritó el chico, pero la figura no respondió ni se movió.
- Responde, - gritó el chico - o vete. No se te ha perdido nada aquí por la noche. -
El sacristán, sin embargo, continuó de pie inmóvil para que el chico pensara que era un fantasma. El chico gritó por segunda vez:
- ¿Qué haces aquí?. Di si eres honrado o de lo contrario te tiraré por las escaleras.-
El sacristán pensó que era un farol así que no hizo ningún ruido y permaneció quieto como una estatua de piedra. Entonces el chico le avisó por tercera vez y como no sirvió de nada, se lanzó contra él y empujó al fantasma escaleras abajo. El "fantasma" rodó diez escalones y se quedó
tirado en una esquina. Entonces el chico hizo sonar la campana, se fue a casa, y sin decir una palabra se fue a la cama y se durmió. La esposa del sacristán estuvo esperando a su marido un buen rato, pero no regresó. Al rato se inquietó y despertó al chico. Le preguntó:
-¿Sabes donde está mi marido? Subió a la torre antes que tú. -
- No lo sé. - respondió el chico - Pero alguien estaba de pie al otro lado del pozo de la torre, y como no me respondía ni se iba, lo tomé por un ladrón y lo tiré por las escaleras. Ve a ver si era él, sentiría que así fuese.-
La mujer salió corriendo y encontró a su marido quejándose en la esquina con una pierna rota. Lo llevó abajo y luego llorando se apresuró a ver al padre del chico.
- Tu hijo, - gritaba ella - ha sido el causante de un desastre. Ha tirado a mi marido por las escaleras de forma que se ha roto una pierna. Llévate a ese inútil de nuestra casa. -
El padre estaba aterrado y corrió a regañar al muchacho: -¿Qué broma perversa es esta?, el Demonio debe habértela metido en la cabeza. -
- Padre, - respondió - escúchame. Soy inocente.
Él estaba allí de pie en mitad de la noche como si fuese a hacer algo malo. No sabía quien era y le dije que hablara o se fuera tres veces. -
-¡Ah!- dijo el padre - sólo me traes disgustos.
Vete de mi vista, no quiero verte más.-
- Sí padre, como desees, pero espera a que sea de día. Entonces partiré para aprender lo que es tener miedo, y entonces aprenderé un oficio que me permita mantenerme. -
- Aprende lo que quieras, - dijo el padre - me da igual. Aquí tienes cincuenta monedas para ti. Cógelas y vete por el mundo entero, pero no le digas a nadie de donde procedes, ni quién es tu padre. Tengo razones para estar avergonzado de ti. -
- Si, padre, se hará como deseas. Si no quieres nada más que eso, puedo recordarlo fácilmente. -
Así que al amanecer, el chico se metió las cincuenta monedas en el bolsillo y se alejó por el camino principal diciéndose continuamente: - Si pudiera tener miedo, si supiera lo que es temer...-
Un hombre se acercó y escuchó el monólogo que mantenía el joven, y cuando habían caminado un poco más lejos, donde se veían los patíbulos, el hombre le dijo: - Mira, ahí está el árbol donde siete hombres se han casado con la hija del soguero , y ahora están a prendiendo a volar.
Siéntate cerca del árbol y espera al anochecer, entonces aprenderás a tener miedo.-
- Si eso es todo lo que hay que hacer, es fácil. - contestó el joven -Pero si aprendo a tener miedo tan rápido , te daré mis cincuenta monedas. Vuelve mañana por la mañana temprano. -
Entonces el joven se fue el patíbulo, se sentó al lado y esperó hasta el atardecer. Como tenía frío encendió un fuego , pero a media noche el viento soplaba tan fuerte que a pesar del fuego no podía calentarse. Y como el viento hacía chocar a los ahorcados entre sí y se balanceaban de un lado para otro, pensó: "Si yo tiemblo aquí junto al fuego, cuánto deben frío deben estar sufriendo estos que están arriba".
Como le daban pena, levantó la escalera, subió y uno a uno los fue desatando y bajando. Entonces avivó el fuego y los dispuso a todos alrededor para que se calentasen. Pero estuvieron sentados sin moverse y el fuego prendió sus ropas. Así que el muchacho les dijo: - Tened cuidado u os subiré otra vez.-
Los ahorcados no le escucharon y permanecieron en silencio dejando que sus harapos se quemaran.
Eso hizo que el joven es enfadara, y dijo: - si no queréis tener cuidado, no puedo ayudaros, no me quemaré con vosotros. - y volvió a subirlos a todos a su sitio. Después se sentó junto al fuego y se quedó dormido. A la mañana siguiente el hombre vino para obtener sus cincuenta
monedas, le dijo: - Bien, ahora sabes lo que es tener miedo. -
- No, - contestó el muchacho - ¿cómo quiere que lo sepa si esos tipos de ahí arriba no han abierto la boca?, y son tan estúpidos que dejan que los pocos y viejos harapos que llevan encima se quemen. -
El hombre, viendo que ese día no iba a conseguir las cincuenta monedas, se alejó diciendo:- Nunca me había encontrado con un joven así. -
El joven continuó su camino y una vez más comenzó a mascullar: - Si pudiera tener miedo... -
Un carretero que andaba a grandes zancadas tras él lo escuchó y le preguntó: -¿quién eres?. -
- No lo sé. - respondió el joven.
Entonces el carretero preguntó: -¿De donde eres?. -
- No lo sé.- respondió el muchacho.
-¿Quién es tu padre?- insistió.
- No puedo decírtelo. - respondió el chico.
-¿qué es eso que estás siempre murmurando entre dientes?. - preguntó el carretero.
- Ah, - respondió el joven - me gustaría aprender a tener miedo, pero nadie puede enseñarme. -
- Deja de decir tonterías. - dijo el carretero
-Vamos, ven conmigo y encontraré un sitio para ti. -
El joven fue con el carretero y al atardecer llegaron a una posada donde pararon a pasar la noche. A la entrada del salón el joven dijo en alto: - Si pudiera temer... -
El posadero lo escuchó y riendo dijo: - si eso es lo que quiere puede que aquí encuentres una buena oportunidad. -
- Cállate, - dijo la posadera - muchos entrometidos ya han perdido su vida, sería una pena y una lástima si unos ojos tan bonitos no volviesen a ver la luz del día. -
Pero el muchacho dijo: - No importa lo difícil que sea, aprenderé. Es por eso que he viajado tan lejos.- Y no dejó en paz al posadero hasta que al final le contó que no lejos de allí se levantaba un
castillo encantado donde cualquiera podría aprender con facilidad lo que era tener miedo, si podía permanecer allí durante tres noches. El rey había prometido que cualquiera que lo consiguiese tendría la mano de su hija que era la mujer más hermosa sobra la que había brillado el Sol. Por otro lado en el castillo se encuentra un gran tesoro guardado por malvados espíritus. Ese tesoro sería liberado y harían rico a cualquiera. Algunos hombres ya lo han intentado,
pero todavía ninguno ha salido.
A la mañana siguiente el joven fue a ver al rey y le dijo: - Si se me permite, desearía pasar tres noches en el castillo encantado. -
El rey le observó y como el joven le agradaba le dijo:
- Puedes pedir tres cosas para llevarlas contigo al castillo, pero han de ser tres objetos inanimados. -
Entonces el chico contestó: - Pues quiero un fuego, un torno y una tabla para cortar con el cuchillo. - EL rey hizo llevar esas cosas al castillo durante el día. Cuando se acercaba la noche, el joven fue al castillo y encendió un brillante fuego en una de las salas, puso la tabla y el cuchillo a su lado y se sentó junto al torno. - Si pudiera tener miedo, -
decía - pero tampoco lo aprenderé aquí. -
Hacia medianoche estaba atizando el fuego, y
mientras le soplaba, algo gritó de repente desde una esquina: - Miau, miau.
Tenemos frío. -
- Tontos, - respondió él - por qué os quejáis.
Si tenéis frío venid a sentaros junto al fuego y calentaros. -
Cuando dijo esto dos enormes gatos negros salieron dando un tremendo salto y se sentaron cada uno a un lado del joven. Los gatos lo observaban con mirada fiera y salvaje. Al poco, cuando entraron en calor, dijeron: - Camarada, juguemos a las cartas. -
- ¿Por qué no?. - contestó el chico - Pero primero enseñadme vuestras zarpas. -
Los gatos sacaron las garras. -¡Oh!, - dijo él
- tenéis las uñas muy largas. Esperad que os las corto en un momento. -
Entonces los cogió por el pescuezo los puso en la tabla para cortar y les ató las patas rápidamente.
- Después de veros los dedos, - dijo - se me han pasado las ganas de jugar a las cartas. -
Luego los mató y los tiró fuera al agua. Pero cuando se había desecho de ellos e iba a sentarse junto al fuego, de cada agujero y esquina salieron gatos y perros negros con cadenas candentes, y siguieron saliendo hasta que no se pudo mover. Aullaban horriblemente, desparramaron el fuego y trataron de apagarlo. El joven los observó tranquilamente durante unos instantes, pero cuando se estaban pasando de la raya, cogió el cuchillo y gritó:
- Fuera de aquí sabandijas. - y comenzó a
acuchillarlos. Algunos huyeron, mientras que los que mató los lanzó al foso.
Entonces volvió y atizó las ascuas del fuego y entró en calor. Cuando terminó no podía mantener los ojos abiertos y le entró sueño. Miró a su alrededor y vio una enorme cama en un rincón.
- Justo lo que necesitaba.- dijo y se metió en ella. Justo cuando iba a cerrar los ojos la cama empezó a moverse por sí misma y le llevó por todo el castillo.
- Esto está muy bien, - dijo - pero ve más rápido. - Entonces la cama rodó como si seis caballos tiraran de ella, arriba y abajo, por umbrales y escaleras. Pero de repente giró sobre sí misma y cayó sobre él como una montaña. Lanzando al aire edredones y almohadas salió y dijo:
- Hoy en día dejan conducir a cualquiera. - Luego se tumbó junto a su fuego y durmió hasta la mañana siguiente.
A la mañana siguiente el rey fue a verle y cuando lo vio tirado en el suelo, pensó que los espíritus lo habían matado.
Dijo: - Después de todo es una pena, un hombre tan apuesto... -
El joven lo escuchó, se levantó, y dijo: - No es para tanto. -
El rey estaba perplejo, pero muy feliz, y le preguntó cómo le había ido. - La verdad es que bastante bien. - dijo - Ya ha pasado una noche, las otras dos serán del mismo estilo.-
Fue a ver al posadero, quien poniendo los ojos como platos dijo: - Nunca esperé volverte a ver con vida. ¿Ya has aprendido a tener miedo?-
- No, - respondió - es inútil. Si alguien me lo pudiera explicar. -
La segunda noche volvió al viejo castillo, se sentó junto al fuego y una vez más comenzó su cantinela: - Si pudiera tener miedo, si pudiera tener miedo... -
A medianoche se escuchó alrededor un gran alboroto que parecía como si el castillo se viniera abajo. Al principio se escuchaba bajo, pero fue creciendo más y más. De repente todo quedó en silencio y al rato con un gran grito, medio hombre cayó por la chimenea justo delante de él.
- Hey, - gritó el joven - falta la mitad. Con esto no es suficiente.- Entonces el alboroto comenzó de nuevo, se escucharon rugidos y gemidos y la otra mitad cayó también.
- Tranquilo, - dijo el joven - voy a avivarte el fuego. -
Cuando había terminado y miró alrededor, las dos piezas se habían unido y hombre espantoso estaba sentado en su sitio.
- Eso no entraba en el trato, - dijo él - ese banco es mío. -
El hombre intentó empujarle, pero el joven no lo permitió, así que lo echó con todas sus fuerzas y se sentó en su sitio.
Más hombres cayeron por la chimenea uno detrás de otro, cogieron nueve piernas humanas y dos calaveras y las dispusieron para
jugar a los bolos. El joven también quería jugar: - Escuchadme, ¿Puedo jugar? -
- Si tienes dinero, sí. - respondieron ellos.-
- Si que lo tengo. - respondió - Pero vuestras bolas no son demasiado redondas. -
Cogió las calaveras, las puso en el torno y las redondeó. -Así, - dijo - ahora rodarán mucho mejor.
- Hurra, - dijeron los hombres - ahora nos divertiremos. -
Jugó con ellos y perdió algo de dinero, pero cuando dieron las doce todo desapareció de su vista. Se acostó y se quedó dormido. A la mañana siguiente el rey fue a ver como estaba: - ¿cómo te ha ido esta vez?- le preguntó.
- He estado jugando a los bolos, - respondió - y he perdido un par de monedas. -
- Entonces no has tenido miedo? - preguntó el rey.
-¿Qué?- dijo - Si me lo he pasado estupendamente. He hecho de todo menos saber lo que es tener miedo. -
La tercera noche se sentó en su banco y entristecido dijo: - Si pudiera tener miedo...-
Cuando se hizo tarde, seis hombres muy altos entraron trayendo consigo un ataúd. Le dijeron al joven:
- Ja, ja, ja. Es mi primo, que murió hace unos
días.- y llamó con los nudillos en el ataúd - Sal, primo, sal. -
Pusieron el ataúd en el suelo, abrieron la tapa y se vio un cadáver tumbado en su interior. El joven le tocó la cara pero estaba fría como el hielo. - Espera, - dijo - te calentaré un poco- Se fue al fuego, se calentó las manos y las puso en la cara del difunto, pero esta continuó fría. Lo sacó del ataúd, lo sentó junto al fuego y lo apoyó en su pecho frotándole los brazos para que la sangre circulara de nuevo. Como esto tampoco funcionaba, pensó: " cuando dos personas se meten en la cama se dan calor mutuamente". Así que se lo llevó a la cama, lo tapó y se tumbó junto a él. Al rato el cadáver entró en calor y comenzó a moverse.
El joven el dijo:- ¿Ves primo como te he hecho entrar en calor?. -
Sin embargo el cadáver se levantó y dijo: - Te estrangularé. -
-¿Cómo?, - dijo el joven - ¿Así me lo
agradeces? Pues te vas a ir a tu ataúd ahora mismo. -
Y lo cogió en volandas, lo tiró al ataúd y cerró la tapa. Entonces los seis hombres vinieron y se llevaron el ataúd.
- No puedo aprender a tener miedo. - dijo el muchacho - Nunca en mi vida aprenderé. -
Un hombre más alto que los demás entró y tenía un aspecto terrible. Era viejo y tenía una larga barba blanca.
- Pobre diablo,- gritó el viejo - pronto sabrás lo que es tener miedo, porque vas a morir.-
- No tan deprisa, . respondió el muchacho - que yo tendré algo que decir en eso de que voy a morir.-
- Pronto acabaré contigo.- dijo el demonio.
- Tómatelo con calma y no digas bravuconadas que soy tan fuerte como tú o quizá más. -
- Lo comprobaremos. - dijo el viejo - Si eres
más fuerte, te dejaré ir. Ven y lo comprobaremos.-
Lo condujo a través de oscuros pasajes hasta
una forja, allí el viejo cogió una enorme hacha y de un tajo partió un yunque en dos.
- Puedo mejorarlo. - dijo el muchacho y se fue a otro yunque. El viejo se acercó para observar con la barba colgando. El joven levantó el hacha, partió el yunque de un tajo y en el camino cortó la barba del viejo.
- Te he vencido. - dijo el joven - ahora te toca morir a ti.- Y con una barra de hierro golpeó al viejo hasta que empezó a llorar y a pedirle que parara, que si lo hacía le daría grandes riquezas.
El joven soltó la barra de hierro y le dejó libre. El viejo lo condujo de nuevo al castillo y en un sótano le mostró tres cofres llenos de oro.
- De todo esto, - dijo el viejo - uno es para los pobres, otro es para el rey y el tercero es para ti.-
Entretanto dieron las doce y el espíritu desapareció y el joven se quedó a oscuras.
- Creo que podré encontrar las salida. - dijo el joven. Y tanteando consiguió encontrar el camino hasta la sala donde estaba el fuego y durmió junto a él.
A la mañana siguiente el rey fue a verle y le dijo:
- Ya tienes que haber aprendido lo que es tener miedo. -
- No, - contestó - vino un muerto y un hombre con barba me enseño un montón de dinero abajo, pero nadie me ha dicho lo que es tener miedo. -
- Entonces, - dijo el rey - has salvado el castillo y te casarás con mi hija. -
- Todo eso está muy bien, - dijo el joven -
pero sigo sin saber lo que es tener miedo.-
Se repartió el oro y se celebró la boda. Pero
por mucho que quisiese a su esposa y por muy feliz que fuese el joven rey
siempre decía: - si pudiera tener miedo, si pudiera tener miedo... -
Eso acabó por enfadar a su esposa: "Encontraré una cura, aprenderá a tener miedo."
Fue al río que atravesaba el jardín y se trajo un cubo lleno de gobios. Por la noche, cuando el joven rey estaba dormido, su esposa le quitó las sábanas y le vació encima el cubo lleno de agua fría con los gobios, de manera que los pececitos se pusieron a dar saltos sobre él. El se
despertó y gritó: - ¡Qué susto! , ahora sé lo que es asustarse. -
(Hermanos Grimm)

Pereza y testarudez

Había una vez un marido y una mujer, ambos campesinos, que habrían vivido
pacíficamente y hasta con alegría, de no haber sido por la pereza, feísimo vicio
que atacaba con intermitencias a uno y otro cónyuge y al que se unía, para
colmo, una testarudez de aragoneses.Cuando cualquiera de los dos esposos se
sentía con pocas o ningunas ganas de trabajar, empeñábase el otro en hacer lo
mismo que su compañero, o menos.Cierto día levantóse la esposa con unos
deseos atroces de no hacer nada.Apenas si quedaba en la casa pan para
desayunar.El marido, al darse cuenta de la escasez, dijo a su mujer:-
María, tienes que amasar esta misma tarde.- No serán estas manos las que se
metan en harina - respondió ella. - Amasa tú, si ese es tu gusto.- ¿Acaso
piensas que cenemos sin pan? - Tienes un par de brazos hermosísimos; mucho
más fuertes que los míos. Amasa tú.- ¡María, no me hagas enfadar! -
¡Quico, no me pongas nerviosa!- ¡Yo no amaso!- ¡Yo tampoco!- No
riñamos.- Eso, de ti depende.- Voy a decirte lo que se me ha
ocurrido.- Adivino que es algo para no trabajar. - Y para no
discutir.- Eso está mejor... ¿Qué es? - Puesto que tú no tienes ganas de
amasar...- Ni tú tampoco...- De acuerdo... Puesto que no tenemos ganas
de amasar...- Así.- Para no enzarzarnos en discusiones, vamos a acordar
que el primero que hable sea el que amase el pan... ¿Conforme?En vano esperó
el marido respuesta de su esposa, que, aunque perezosa, no era tonta, y
comprendió que, si contestaba, tendría que amasar.Pasaron horas y horas y
ninguno se decidía a hablar.Sin probar bocado, tal vez por miedo a que, al
despegar los labios, pudiera escapárseles alguna palabra, se acostaron poco
después de anochecer.Tendiéronse en la cama, uno de cara a la pared y el
otro dándole la espalda y se durmieron sin haber abierto la boca.A la mañana
siguiente, cuando se despertaron, miráronse disimuladamente de reojo. El marido
tenía la cara seria. A la mujer le faltaba poco para romper a reír; pero ninguno
se dio por enterado.Sonaron en la iglesia del pueblo las campanas de las
doce y el matrimonio seguía en la cama, sin haber abierto la boca, como no fuese
para bostezar, pues tenían un hambre espantosa.Púsose el sol y seguían del
mismo modo y llegó la noche y no hubo modificación alguna en su actitud,
exceptuando una mayor frecuencia en los bostezos.Los vecinos, asombrados de
no haber visto en todo el día a ninguno de los dos, ni haberse abierto en la
casa puerta ni ventana alguna, temieron que una desgracia irreparable fuera la
causa de aquel silencio incomprensible.No tardaron en congregarse los
vecinos, que, algo medrosos para obrar por su cuenta, fuéronse a casa del
alcalde para comunicarle lo que sospechaban.Tomóse el acuerdo de acudir, sin
pérdida de tiempo, al domicilio de Quico y María, marchando el propio alcalde a
la cabeza de la asamblea.Cuando llegaron a la casa, llamaron a la puerta con
gran fuerza, pero nadie contestó a las llamadas, ni se percibió el menor sonido
en el interior.Los rostros de los vecinos allí congregados empezaron a
mostrar temor e inquietud. Insistieron en las llamadas con el mismo resultado y
ante lo grave de la situación, el alcalde propuso que se derribara la
puerta.La cosa se hizo con rapidez. Entraron en la casa con extremadas
precauciones, temblándoles exageradamente las piernas a muchos de los reunidos.
Temblaba hasta la vara del alcalde; parecía la batuta de un director de
orquesta, de tanto como oscilaba a uno y otro lado.Por fin llegaron al
dormitorio de Quico y María.Ninguno de ellos se movía ni daba la menor señal
de vida. Tenían los ojos cerrados y las caras pálidas y desencajadas; nada
extraño si se piensa que llevaban ya todo un día y una noche sin probar
bocado.Apoderóse de los allí reunidos un horror general. El alcalde, alzando
la vara, que le temblaba más que antes, tartamudeó emocionado:- ¡Quico!
¡María! ¡Responded al alcalde!Pero los perezosos testarudos no pronunciaron
palabra alguna ni hicieron el menor movimiento.Entonces, la primera
autoridad del pueblo se quitó respetuosamente el sombrero, que hasta entonces
había conservado puesto, adoptó un aire compungido y dijo a los vecinos
presentes:- ¡Rogad a Dios por el alma de estos desgraciados! En cuanto a los
cuerpos, voy a ordenar, ahora mismo, que les den cristiana sepultura.A una
de las vecinas le pareció, que, en el momento en que el alcalde pronunciaba
estas palabras, los cadáveres de Quico y María se estremecieron o temblaron
ligeramente.Pero como, en buena lógica, esto era imposible, no quiso la
vecina hablar del caso, ni considerarlo más que como una ilusión de sus
sentidos.Poco tardaron en llegar seis fornidos lugareños que cargaron con
los cuerpos inertes, de la infeliz pareja, conduciéndolos camino del
cementerio.Llegados al lugar de reposo eterno, iluminado por la luz de la
luna, dejaron sobre el suelo los que todos creían despojos mortales de Quico y
María.Y quiso la casualidad que sus cuerpos quedaran de costado y frente a
frente.Nadie de los presentes y con toda probabilidad ni siquiera la misma
luna, advirtió que el marido y la mujer entreabrieron los ojos y se miraron como
basiliscos. Hubo un instante en que pareció que Quico, desfallecido, iba a decir
una palabra; pero no quiso darse por vencido, y cerrando los ojos, se apretó la
lengua entre los dientes.María bostezó una vez más, con riesgo de ser vista
por los improvisados sepultureros, que, abierta ya la fosa, aproximáronse a
recogerla para echarla dentro.Estaba ya en la fosa la mujer, cuando fueron
en busca del cuerpo del marido. De pronto se escapó un chillido de horror de
todos los labios y hombres y mujeres, con el alcalde a la cabeza, echaron a
correr como alma que lleva el diablo.Y es que el pobre Quico, comprendiendo
que estaba a punto de no volver a contemplar la luz del sol, dióse por vencido
ante la horrorosa perspectiva de ser enterrado vivo, y, abriendo los ojos
desmesuradamente, para demostrar que no estaba muerto, gritó con voz sepulcral,
como la de un fantasma:- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡No estoy muerto!No costó
poco trabajo convencer a los vecinos y vecinas, con el alcalde a la cabeza, de
que no había expirado el perezoso y testarudo Quico y que, por consiguiente, no
había motivo para asustarse.Pero el colmo de la sorpresa fue el ver que
María, asomando la cabeza y los brazos por la abertura de la fosa, exclamaba con
faz sonriente:- ¡Ahora amasarás tú!

El pandero de piel de piojo


Érase un rey que tenía una hija de quince años.Un día, estaba la princesita paseando por el jardín con su doncella, cuando vio una planta desconocida.Y preguntó, curiosa:- ¿Qué es esto?- Una matita de hinojo, Alteza.
- Cuidémosla, a ver lo que crece - dijo la princesa.Otro día, la doncella encontró un piojo. Y la princesa propuso:- Cuidémoslo, a ver lo que crece. Y lo metieron en una tinaja.Pasó, el tiempo. La matita se convirtió, en un árbol y el piojo engordó tanto, que, al cabo de nueve meses, ya
no cabía en la tinaja.El rey, después de consultar a su hija, publicó un bando diciendo que la princesa estaba en edad de casarse, pero que lo haría con el más listo del país. Para ello se le ocurrió hacer un pandero con la piel del piojo, construyéndose el cerco del mismo con madera de hinojo.Luego hizo colocar en todas las esquinas de las casas del reino un nuevo bando, diciendo:«La princesita se casará con el que acierte de qué material está hecho el pandero. A los pretendientes a su mano se les dará tres días de plazo para acertarlo. Quien no lo hiciere en este tiempo, será condenado a muerte.»A palacio acudieron condes, duques, y marqueses, así como muchachos riquísimos, que ansiaban casarse con la princesita, pero ninguno adivinó de qué
material estaba fabricado el pandero y murieron todos al tercer día.Un pastor, que había leído el bando, dijo a su madre:
- Prepárame las alforjas, que voy a probar suerte. Conozco las pieles de todos los bichos del campo y la madera de todos los árboles del bosque.Después de discutir un rato con la madre, que temía le sucediera lo mismo que a tantos otros pretendientes a la mano de la princesa, el pastor logró convencer a su progenitora y emprendió el camino hacia la corte.En las afueras de un pueblo encontróse con un gigante que estaba sujetando un peñasco como una montaña y le preguntó:
- ¿Qué haces ahí, muchacho? - Sujeto esta piedrecita para que no caiga y destroce el pueblo.- ¿Cómo te llamas?- Hércules.- Mejor dejas eso y te vienes conmigo; llevo un negocio entre manos y si me sale bien algo te tocará a ti.
¡Anda, ven!Hércules echó a rodar la peña en dirección contraria al pueblo, arrasando los bosques en una extensión de cinco kilómetros, y se marchó con el pastor. Llegaron a otro pueblo y vieron a un hombre que apuntaba con una escopeta al cielo.- ¿Qué haces ahí? - preguntóle el pastor.Y el cazador contestó:- Encima de aquella nube vuela una bandada de gavilanes. Por cada uno que mato me dan diez céntimos.
- ¿Cómo te llamas?
- Bala-Certera.
- Mejor dejas eso y te vienes con nosotros; llevo un negocio entre manos y si me sale bien algo te tocará a ti. Anda, vente con nosotros.Y Bala-Certera se unió al pastor y a Hércules.A la salida de otro pueblo vieron junto al camino a un hombre que estaba con el oído pegado al suelo.El pastor le preguntó:
- ¿Qué haces ahí?
- Oigo crecer la hierba. - ¿Cómo te llamas? - Oídos-Finos.- Vente con nosotros; con esos oídos puedes prestarnos buenos servicios.Y Oídos-Finos se marchó con el pastor, Hércules y Bala-Certera.Llevaban andando un buen rato, cuando vieron a un hombre atado a un árbol, con sendas ruedas de molino a los pies.El pastor le preguntó:
- ¿Qué haces aquí?
- He hecho que me aten, porque suelto me corro el mundo entero en un minuto.
- ¿Cómo te llamas?
- Veloz-como-el-Rayo.
- Ya somos cuatro - dijo el pastor. - No admitimos más socios. Vendrás con nosotros.Desataron a Veloz-como-el-Rayo y éste dijo a sus compañeros que se colocarán sobre las ruedas de molino, asegurándoles que los conduciría adonde quisieran ir con la velocidad del rayo.Mientras se
colocaban todos, acercóse una hormiga que dijo:- Pastor, llévame en el zurrón.- No quiero, porque vas a picotear la tortilla que llevo para la merienda.- Llévame contigo, pastor, que tengo de prestarte buenos servicios.El pastor metió la hormiga en el zurrón, y en esto se acerca un
escarabajo que le dice:- Pastor, llévame en el zurrón.- No quiero, porque vas a estropearme una tortilla que llevo para la merienda.- Llévame, hombre, que tengo de prestarte buenos servicios.El pastor metió el escarabajo en el zurrón, y en esto se acerca un ratón que le dice:- Pastor, llévame en el zurrón.- No quiero que estropees, la tortilla que llevo para la merienda.- No te la estropearé, que anoche llovió y tengo el hocico limpio. Llévame contigo, que tengo de prestarte buenos servicios.El pastor lo metió en el zurrón.Emprendieron todos la marcha montados en las ruedas de molino y sin darse cuenta llegaron a palacio.Alojáronse todos en un mesón que había frente al palacio, donde el pastor dejó a Hércules, a Bala-Certera, a Oídos­Finos y a Veloz-como-el-Rayo, para ir a ver a la princesa.Cuando le enseñaron el pandero, dijo:- Esto es de piel de cabrito y madera de cornicabra.- Te has equivocado - dijo el rey. - Tienes tres días para pensarlo. Si no lo aciertas, morirás.El pastor, desconsolado, volvió al mesón, y Oídos-Finos, el que oía crecer la hierba, le preguntó la causa de su tristeza.Contóle el pastor lo ocurrido y Oídos­Finos dijo:- No te
aflijas. Averiguaré lo que te interesa saber y te lo diré.Al día siguiente, se marchó al jardín donde paseaba la princesa con su doncella. Pego el oído al suelo y oyó, decir a la doncella:- ¿No es lástima ver cómo matan a vuestros pretendientes, Alteza?- Sí, desde luego; pero estarán muriendo hasta que alguno acierte que el pandero está hecho de piel de piojo y madera de
hinojo.- No lo acertará nadie.Oídos-Finos no esperó más; volvió corriendo al mesón.- Ya sé de qué es la piel del pandero - dijo a sus compañeros. - De piel de piojo y madera de hinojo. Acabo de oírselo a la doncella de la princesa.Lleno de alegría, el pastor se dirigió a palacio y pidió ver al rey.El monarca le dijo:- ¿No sabes que el que no acierta la segunda vez de qué es la piel del pandero, tiene pena de la vida?- Sí que lo sé, Majestad. Venga el pandero.El pastor cogió el pandero, lo miró un momento y dijo:- La piel de este pandero es de un animal que se mata
así.Y al decir esto, apretó una contra otra las uñas de sus pulgares.El rey miró para su hija.Y ésta preguntó al pastor:- ¿De qué es la piel? Dilo pronto.
- ¿De qué es la piel? ¡Ja, ja, ja! La piel es de piojo.
- Acertaste - dijo el rey.El monarca reunió acto seguido a la Corte, para anunciar que el pastor había acertado y que se casaría con la princesa; pero ésta dijo que con un pastor no se casaba de ninguna manera.
- Un rey - dijo su padre - no tiene más que una palabra. Tienes que casarte. - Bien - respondió la muchacha.
- Lo haré cuando me cumpla tres condiciones: la primera que me traiga antes de que se ponga el sol una botella de agua de la Fuente Blanca...- ¡Pero hija mía! La Fuente Blanca está a cien leguas de aquí...
- Ya lo sé... No podrá hacerlo; pero por si acaso habrá de realizar otras dos pruebas: separar en una noche un montón de diez fanegas de maíz, poniendo a un lado, el bueno, al otro el mediano y al otros el malo; y luego habrá de llevar en un solo viaje dos arcones llenos de monedas de oro desde el palacio al pabellón de caza...Marchóse el pastor a la posada, tan afligido como el día anterior, y refirió, a sus compañeros las condiciones que, para casarse, le imponía la rincesa. Veloz-como-el-Rayo, el que corría el mundo entero en un minuto, dijo:- Por la botella de agua de la Fuente Blanca, que está a cien leguas de aquí, no te apures. Dame una botella y la traeré llena de agua en un abrir y cerrar de ojos.En un santiamén regresó con la botella de agua.Hércules afirmó:- Los arcones los transportaré yo, a donde quieras.Y la hormiga asomó la cabecita por un agujero del zurrón y añadió:- Llévame a la habitación donde está el maíz y te lo separaré en una
noche.Al poco rato se presentó el pastor en palacio con la botella de agua y la hormiga en el bolsillo. Entregó la botella y pidió que le pusieran una cama en la habitación del maíz, ya que le sobraría tiempo para dormir.A la mañana siguiente, mientras el rey y la princesa estaban viendo el maíz, ya separado en tres montones, fue Hércules y trasladó los dos arcones al pabellón de
caza.Pero, la princesita se puso muy rabiosa y afirmó que no se casaría con el pastor aunque la mataran, presentando a la corte inmediatamente como su futuro esposo a un príncipe vecino muy guapo y arrogante.El pastor, compungido, abandonó el palacio.Una vez en la posada, contó a sus compañeros lo que había ocurrido, a lo cual dijo el ratón, asomando el hociquito por un
bolsillo:- El día de la boda, el escarabajo y yo te vengaremos.Llegó el día de la boda. El pastor se presentó en palacio y dejó el ratón y el escarabajo en la habitación destinada al novio, marchándose luego a la posada a esperar los acontecimientos.Cuando el novio entró a acicalarse para la ceremonia, el ratón se le metió en el bolsillo de la casaca, mientras que el escarabajo se
escondía en una de las amplias solapas.Fueron los novios hacia el altar, acompañados de los padrinos, entre nutrida y escogida concurrencia.Cuando el sacerdote preguntó al novio si aceptaba por esposa a la princesa, el escarabajo, de un salto, se le metió en la boca, con lo que el infeliz no pudo pronunciar palabra, sino que sintió una angustia horrible.Entretanto, el ratón salió del bolsillo y se metió por entre las ropas de la princesa, dándole un mordisco tan atroz en la rodilla que por poco se muere del susto.Novio y novia echaron a correr como locos hacia la puerta del templo, seguidos de los invitados, que no sabían lo que les pasaba.Cuando hubieron, regresado a palacio, el novio abrió la boca para excusar su conducta, pero el escarabajo se
agitó de nuevo y tuvo que cerrarla más que de prisa, mientras que el ratón propinó a la princesa un nuevo mordisco y la obligó a refugiarse en su habitación para huir de lo que todavía ignoraba lo que era.Sola en su alcoba, la princesa se quitó el traje de novia y empezó a sollozar.
- Princesita - dijo el ratón - no descansarás un instante hasta que rompas con el príncipe y te cases con el pastor.- ¿Quién me está hablando? - preguntó la princesa espantada.- La voz de tu propia conciencia - aseguró el simpático roedor.Entretanto, el príncipe se esforzaba en matar el escarabajo haciendo gárgaras; pero el bicho se le metía en las narices hasta que pasaba el
chaparrón, consiguiendo que estornudara sin parar, con tal fuerza que se daba con la cabeza contra los muebles.- ¿Es que no me vas a dejar tranquilo, miserable bicho? - rugió encolerizado.- Hasta que no salgas de aquí te atormentaré sin cesar, día y noche. El príncipe, al oír estas palabras, salió despavorido, no parando de correr hasta llegar a su reino.El escarabajo, cuando le vio cruzar el umbral del palacio se dejó caer y fue a reunirse con el ratón.- Vamos en busca del pastor - dijo el ratón. - Tengo la seguridad de que ahora la princesa se casará con él.Fueron a la posada, contaron al pastor lo sucedido y cuando éste se presentó en palacio fue muy bien acogido por la princesa, que se colgó de su brazo y, acompañados por el rey y los altos dignatarios, volvieron a la iglesia, celebrándose la ceremonia con toda pompa y esplendor.Luego hubo un baile magnífico, en que bailaron Hércules, Veloz-como-el-Rayo y Oídos-Finos, mientras Bala-Certera se quedaba de centinela en la puerta de palacio.A medianoche, la madrina del príncipe desdeñado, una bruja horrible con muy malas intenciones, vino disfrazada de búho a matar al
pastor, pero Bala-Certera, de un solo disparo, la envió al infierno.Después del baile hubo un gran banquete, al que acudieron los reyes y los pastores de todos los países colindantes. Los compañeros del pastor se quedaron a vivir para siempre en palacio.Hércules, el gigante, fue nombrado mayordomo; Oídos-Finos, el que oía crecer la hierba, jefe de policía; Veloz-como­el-Rayo, el que corría el mundo en un minuto, correo real; y Bala-Certera, el cazador, capitán de la guardia.La hormiguita, el ratoncito y el escarabajo fueron debidamente recompensados.A la hormiguita le reservaron unos terrenos donde había toda clase de granos y golosinas apreciados por ella, y con el tiempo formó un pobladísimo hormiguero que todos los súbditos respetaban, pues se pregonó que se castigaría con la pena de muerte al que hollara aquel espacio.El ratoncito recibió un queso del tamaño de un pajar, para que hiciera en él su morada, prometiéndole otro igual cuando le hiciera goteras.El escarabajo recibió una hermosísima pelota de terciopelo verde y amarillo, con la que el avispado animalito hacía verdaderas maravillas, rodándola de un extremo a otro del trozo del jardín destinado a él exclusivamente.Y todos vivieron felices.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

El hombre del saco

Había un matrimonio que tenía tres hijas y como las tres eran buenas y trabajadoras les regalaron un anillo de oro a cada una para que lo lucieran como una prenda. Y un buen día, las tres hermanas se reunieron con sus amigas y, pensando qué hacer, se dijeron unas a otras:

-Pues hoy vamos a ir a la fuente.

Era una fuente que quedaba a las afueras del pueblo.

Entonces la más pequeña de las hermanas, que era cojita, le preguntó a su madre si podía ir a la fuente con las demás; y le dijo la madre:

-No hija mía, no vaya a ser que venga el hombre del saco y, como eres cojita, te alcance y te agarre.

Pero la niña insistió tanto que al fin su madre le dijo:

-Bueno, pues anda, vete con ellas.

Y allá se fueron todas. La cojita llevó además un cesto de ropa para lavar y al ponerse a lavar se quitó el anillo y lo dejó en una piedra. En esto, que estaban alegremente jugando en torno a la fuente cuando, de pronto, vieron venir al hombre del saco y se dijeron unas a otras:

-Corramos, por Dios, que ahí viene el hombre del saco para llevarnos a todas -y salieron corriendo a todo correr.

La cojita también corría con ellas, pero como era cojita se fue retrasando; y todavía corría para alcanzarlas cuando se acordó de que se había dejado su anillo en la fuente. Entonces miró para atrás y, como no veía al hombre del saco, volvió a recuperar su anillo; buscó la piedra, pero el anillo ya no estaba en ella y empezó a mirar por aquí y por allá por ver si había caído en alguna parte.

Entonces apareció junto a la fuente un viejo que no había visto nunca antes y le dijo la cojita:

-¿Ha visto usted por aquí un anillo de oro?

Y el viejo le contestó:

-Sí, en el fondo de este costal está y ahí lo has de encontrar.

Conque la cojita se metió en el costal a buscarlo sin sospechar nada y el viejo, que era el hombre del saco, en cuanto ella se metió dentro cerró el costal, se lo echó a las espaldas con la niña guardada y se marchó camino adelante, pero en vez de ir hacia el pueblo de la niña, tomó otro camino y se marchó a un pueblo distinto. E iba el viejo de lugar en lugar buscándose la vida, así que por el camino le dijo a la niña:

-Cuando yo te diga: «Canta, saquito,canta que si no te doy con la palanca», tienes que cantar dentro del saco.

Y ella contestó que bueno, que lo haría así.

Y fueron de pueblo en pueblo y allí donde iban el viejo reunía a los vecinos y decía:

-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.

Y la niña cantaba desde el saco:

"Por un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré".

Y el saco que cantaba era la admiración de la gente y le echaban monedas o le daban comida.

En esto que el viejo llegó con su carga a una casa donde era conocida la niña y él no lo sabía; y, como de costumbre, puso el saco en el suelo delante de la concurrencia y dijo:

-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.

Y la niña cantó:

"Por un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré".

Así que oyeron en la casa la voz de la niña, corrieron a llamar a sus hermanas y éstas vinieron y reconocieron la voz y entonces le dijeron al viejo que ellas le daban posada aquella noche en la casa de sus padres; y el viejo, pensando en cenar de balde y dormir en cama, se fue con ellas.

Conque llegó el viejo a la casa y le pusieron la cena, pero no había vino en la casa y le dijeron al viejo:

-Ahí al lado hay una taberna donde venden buen vino; si usted nos hace el favor, vaya a comprar el vino con este dinero que le damos mientras terminamos de preparar la cena.

Y el viejo, que vio las monedas, se apresuró a ir por el vino pensando en la buena limosna que recibiría.

Cuando el viejo se fue, los padres sacaron a la niña del saco, que les contó todo lo que le había sucedido, y luego la guardaron en la habitación de las hermanas para que el viejo no la viera. Y, después, cogieron un perro y un gato y los metieron en el saco en lugar de la niña.

Al poco rato volvió el viejo, que comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente el viejo se levantó, tomó su limosna y salió camino de otro pueblo.

Cuando llegó al otro pueblo, reunió a la gente y anunció como de costumbre que llevaba consigo un saco que cantaba y, lo mismo que otras veces, se formó un corro de gente y recogió unas monedas, y luego dijo:

-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.

Mas hete aquí que el saco no cantaba y el viejo insistió:

-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.

Y el saco seguía sin cantar y ya la gente empezaba a reírse de él y también a amenazarle.

Por tercera vez insistió el viejo, que ya estaba más que escamado y pensando hacer un buen escarmiento con la cojita si ésta no abría la boca:

-¡Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca!

Y el saco no cantó.

Así que el viejo, furioso, la emprendió a golpes y patadas con el saco para que cantase, pero sucedió que, al sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron, maullando y ladrando, y el viejo abrió el saco para ver qué era lo que pasaba y entonces el perro y el gato saltaron fuera del saco. Y el perro le dio un mordisco en las narices que se las arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos y la gente del pueblo, pensando que se había querido burlar de ellos, le midieron las costillas con palos y varas y salió tan magullado que todavía hoy le andan curando.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado

lunes, 30 de enero de 2012

La gata encantada

Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle por esposo, pero él no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar.
Un día, dijo en voz alta:
- Eres tan cariñosa y adorable que, si fueras mujer, me casaría contigo.
En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:
- Príncipe tus deseos se han cumplido.
El joven, deslumbrado, descubrió junto a él a Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha. Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia. Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y zampárselo en cuanto lo hubo atrapado. El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa en la gatita que había sido.
Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta de todos los ratones de palacio.

El Mendigo

En esa salida de metro estaba siempre Manuel, ese indigente, que con su rutina diaria no tuvo otra opción, ya que la vida, quizás no le dio la virtud de vivir de otra forma, vio que era más fácil extender la mano, y que un alma solidaria se apiadara de él.
Circunstancialmente surge otro personaje, de la misma edad, motivado por ese hombre le pregunta:
-¡Mire! sé que usted hace esto más de 60 años, ¿sabe que hice yo todo ese tiempo?, viaje por todo el mundo, me case tres veces, tuve siete hijos, cinco empresas, me mude catorce veces, hoy vivo de renta, y todos los meses retiro dinero del banco que me permite vivir dignamente, ¿y usted?
- Bueno, los días de sol son maravillosos, los de lluvia es cuando descanso, y mi única llave es la de la libertad, que es la propiedad de la calle. ¿Vio, que vida hermosa que tengo? , discúlpeme no lo hago con la intención de que me envidie.
(Agustín H. Medina)

El real del sastre

Uno de los habitantes de un pequeño pueblo de Castilla debía dinero a casi todo el mundo. Tantas deudas acumuló que llegó un momento en que le resultó imposible pasear tranquilo por la calle porque todos los vecinos se le acercaban reclamándole el dinero que les debía. Para terminar con esta terrible situación se metió en la cama y se fingió enfermo. Todo el pueblo pasó por su casa para visitarle. Él se quejaba tanto y fingía tan bien la inexistente enfermedad que daba mucha pena y los vecinos, pensando que se iba a morir, comenzaron a perdonarle las deudas.
- ¡Pobrecito, qué enfermo está! -dijo el molinero- yo le perdono lo que me debe.
- ¡Qué mala cara tiene! -decía el lechero- yo también le perdono. Y así, poco a poco, todos los vecinos del pueblo fueron perdonándole las deudas, todos menos uno: el sastre, que siempre decía:
- ¡Pues a mí me debe un real y me lo tiene que pagar! Aunque los otros vecinos le rogaban que le perdonara el real, porque el pobre se estaba muriendo, el sastre continuaba diciendo:
- A mi me da igual que esté enfermo porque... ¡a mí me debe un real y me lo tiene que pagar! Cuando el falso enfermo se convenció que el sastre nunca le iba a perdonar la deuda decidió fingir su muerte. Lo metieron en un ataúd y lo llevaron a la Iglesia del pueblo. Cuando empezó a hacerse de noche los vecinos se fueron a dormir a sus casas, excepto el sastre que, como no se fiaba, decidió esconderse en uno de los confesionarios de la Iglesia para vigilar al falso muerto. Por la noche entraron en la Iglesia doce ladrones para repartirse el botín de sus robos y pillerías. Aunque sólo eran doce el capitán de los bandidos ordenó hacer trece montones de monedas de oro. Cuando acabaron el reparto dijo: - ¡Ese montón que sobra será para el que se atreva a darle una puñalada al muerto! Se adelantó el más valiente de los bandidos, desenvainó su puñal y con paso decidido se acercó al ataúd. Cuando el falso muerto vio que lo iban a matar de verdad dio un gran salto, se puso de pie y agitando los brazos gritó con todas sus fuerzas:
- ¡Venid difuntos!
El sastre, para ayudarle, derribó el confesionario haciendo mucho ruido y gritando también:
- ¡Allá vamos todos juntos! Ante semejantes apariciones los bandidos huyeron despavoridos y no pararon hasta llegar a lo más profundo del bosque. Allí, al acordarse del tesoro que habían abandonado, el capitán ordenó a uno de ellos:
- Acércate a la Iglesia y entérate de lo que está pasando.
Entretanto el sastre y el falso difunto se estaban repartiendo las monedas de oro que los bandidos habían abandonado en su huida. Cuando acabaron el reparto el sastre que no se olvidaba del real que le debía dijo: - Ahora ¡dame mi real! En ese preciso momento llegó el bandido y al oír al sastre salió corriendo hacia el bosque y dijo a sus compañeros:
- No hay que pensar en volver por el tesoro, ¡hay tantos difuntos en la Iglesia que sólo tocan a un real!

domingo, 29 de enero de 2012

El abad y los tres enigmas

Esto era una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes. Cada fraile tenía una misión diferente, así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario, es decir había un fraile para cada cosa y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración. Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.Se cuenta que había llegado a oídos del Señor Obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo. Para comprobar las habladurías de la gente le hizo llamar y le dio un año de plazo para que resolviera los tres enigmas siguientes:
1º) Si yo quisiera dar la vuelta al mundo ¿Cuánto tardaría?
2º) Si yo quisiera venderme ¿Cuánto valdría?
3º)¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
El abad regresó al monasterio y sentó en su despacho a pensar y pensar, y pensó tanto que por las orejas le salía humo. Se pasaba todo el día pensando, pero no se le ocurría nada, pensar sólo le daba un fuerte dolor de cabeza. Hasta entró en la biblioteca del monasterio por primera vez en su vida para buscar y rebuscar en los libros las soluciones y las respuestas que necesitaba. Pasaba el tiempo sin que el abad resolviera los enigmas que le había planteado el Señor Obispo. Cuando ya quedaban pocos días para que se cumpliera el año de plazo salió a pasear por el bosque y se sentó desesperado debajo de un árbol. Un joven y humilde fraile pastor que estaba cuidando las ovejas del monasterio le oyó lamentarse y le preguntó qué le ocurría. El abad le contó la entrevista con el Señor Obispo y los tres enigmas que le había planteado para probar sus conocimientos. El frailecillo le dijo que no se preocupara más porque él sabría como contestar al Señor Obispo. Así que, el mismo día que se terminaba el año de plazo, se presentó el joven fraile ante el Señor Obispo disfrazado con el hábito del abad y la cabeza cubierta con la capucha para que el Obispo no pudiera reconocerlo. Después de recibirlo, el Señor Obispo quiso saber las respuestas a sus enigmas y volvió a plantear al falso abad la primera pregunta:
- Si yo quisiera dar la vuelta al mundo ¿Cuánto tardaría?
- Si Su Ilustrísima caminara tan deprisa como el sol -contestó rápidamente el frailecillo- sólo tardaría veinticuatro horas.
El Obispo después de pensarlo un rato quedó satisfecho con la respuesta, así que pasó a la segunda pregunta:
- Si yo quisiera venderme ¿Cuánto valdría?
El frailecillo respondió sin dudarlo:- Quince monedas de plata.
Cuando el Obispo oyó esta respuesta preguntó:- ¿Por qué quince monedas?
- Porque a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas de plata y es lógico pensar que Su Ilustrísima valga sólo la mitad.Le iban convenciendo al Señor Obispo las respuestas de aquel abad y empezaba a pensar que no era tan tonto como le habían dicho.Entonces realizó la tercera y última pregunta:
- ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
- Su Ilustrísima piensa que yo soy el abad del monasterio cuando en realidad sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.
Entonces el Obispo, dándose cuenta de la inteligencia de aquel joven fraile, decidió que el frailecillo ocupara el cargo de abad y que el abad se encargara de las ovejas.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, si quieres que te lo cuente otra vez cierra los ojos y cuenta hasta tres.
(Francisco J. Briz Hidalgo)

Los pasteles y la muela


Un labrador tenía muchas ganas de ver al Rey porque pensaba que el Rey sería mucho más que un hombre. Así que le pidió a su amo su sueldo y se despidió.

Durante el largo camino hasta la Corte se le acabó todo el dinero y cuando vio al Rey y comprobó que era un hombre como él, pensó: «Por ver un simple hombre he gastado todo mi dinero y sólo me queda medio real».

Del enfado le empezó a doler una muela y con el dolor y el hambre que tenía no sabía qué hacer, porque pensaba: «Si me saco la muela y pago con este medio real, quedaré muerto de hambre. Si me compro algo de comer con el medio real, me dolerá la muela».

Estaba pensando lo que iba a hacer cuando, sin darse cuenta, se fue arrimando al escaparate de una pastelería donde los ojos se le iban detrás de los pasteles.Vinieron a pasar por allí dos lacayos que le vieron tan embobado contemplando los pasteles que para burlarse de él le preguntaron:- Villano, ¿cuántos pasteles te comerías de una vez?

Respondió: - Tengo tanta hambre que me comería quinientos.

Ellos dijeron: - ¡Quinientos! ¡Eso no es posible!

Replicó: - ¿Os parecen muchos?, podéis apostar a que soy capaz de comerme mil pasteles.

Dijeron: - ¿Qué apostarás? - Que si no me los comiere me saquéis esta primera muela, dijo señalando la muela que le dolía.

Estuvieron de acuerdo, así que el villano empezó a comer pasteles hasta que se hartó, entonces paró y dijo:- He perdido, señores.

Los otros, muy regocijados y bromeando, llamaron a un barbero que le sacó la muela.

Para burlarse de él decían:- ¿Habéis visto este necio villano que por hartarse de pasteles se deja sacar una muela?

Respondió él: - Mayor necedad es la vuestra, que me habéis matado el hambre y sacado una muela que me estaba doliendo.

Al oír esto todos los presentes comenzaron a reír. Los lacayos humillados pagaron y se fueron.

(Francisco J. Briz Hidalgo)

El marido desconfiado

Al llegar a mayor, y tras una larga vida hogareña con alegrías y sufrimientos cotidianos, unos esposos decidieron renunciar a la vida mundana y dedicar el resto de sus vidas a la me­ditación y a peregrinar a los más sacrosantos san­tuarios.En una ocasión, de camino a un templo Himalayo, el hombre vio en el sendero un fabuloso rubí. Con gran rapidez, colocó uno de sus pies sobre la piedra preciosa para ocultarla, pensando que, si su mujer la veía, tal vez surgiera en ella un senti­miento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística. Pero la mu­jer descubrió la artimaña de su marido y con voz tranquila le comentó:—Querido, me gustaría saber por qué has re­nunciado al mundo terrenal si todavía haces distinción en­tre un simple rubí y el polvo.
(Autor desconocido)

martes, 10 de enero de 2012

Literatura




El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.

(Julio Torri)

El dedo


Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

(Feng Meng-lung)